El birrete de Carrillo

| PEDRO GONZÁLEZ-TREVIJANO |

OPINIÓN

14 nov 2005 . Actualizado a las 06:00 h.

LA INVESTIDURA de Santiago Carrillo como doctor honoris causa en la Universidad Autónoma de Madrid se convirtió, desafortunadamente, en lo contrario de lo que debería haber sido. Así, en vez de servir de ensalzamiento de la idea de reconciliación nacional y de los valores propios de la tolerancia, explicitó todo lo contrario: el inmisericorde enfrentamiento cainita entre españoles. Lo que debe ser, siempre que se procede a una investidura académica, la fiesta de la excelencia, finalizó por transformarse en una agria y enconada polémica sobre la persona y la trayectoria pública del anciano político. El personaje, como gran parte de los hombres que participaron activamente en los años de nuestra fratricida Guerra Civil, no termina, seguramente no puede, de desembarazarse de sus demonios. Al secretario general del Partido Comunista de España de 1960 a 1982 lo persigue la tupida y prolongada sombra de su responsabilidad, por acción u omisión, en las muertes de Paracuellos del Jarama. Aunque, evidentemente, lo que la Universidad Autónoma de Madrid premiaba era su otro perfil -«Muera el diablo/ y cualquier otro monstruo», señala el bellísimo canto universitario del Gaudeamus igitur-, que sin duda tiene, y de ahí el reconocimiento de la Universidad. Nos referimos a su papel decisivo y, con toda certeza, ejemplar, en los años de nuestra transición política . En efecto, el hacer pragmático del político asturiano fue clave para la consolidación del vigente sistema político en libertad y democracia. Su pronta e indubitada aceptación de la simbología política, acogiendo la bandera tradicional de España creada en tiempos de Carlos III, frente a la tricolor enseña republicana. El compromiso, sin fisuras, con la nueva Monarquía parlamentaria desligándose del régimen republicano de 1931. Su actuación, tan determinante, durante del período constituyente a favor de una Constitución consensuada, por más que la representación de su grupo parlamentario recayera, lógicamente, dada su ausencia de específica formación constitucional, en el profesor Jordi Solé Tura. Su serenidad, con ocasión de los asesinatos de cuatro abogados laboralistas en la madrileña calle de Atocha. Y hasta el abandono de la filosofía totalitaria del Partido Comunista y su sustitución por el eurocomunismo, son las circunstancias que se honraban. Unos méritos que justificaron, asimismo, su presencia en los cursos de verano de la Universidad Rey Juan Carlos el pasado mes de julio. Nos referimos, de esta suerte, a unos avatares trascendentales en la reciente historia de España:su primera entrada en territorio nacional, tras la muerte del general Franco, el 7 de febrero de 1976; la legalización del Partido Comunista el 9 de abril de 1977 y la renuncia a las señas leninistas del partido en su X Congreso, el 19 de abril de 1978; y finalmente, el respaldo por el Grupo Parlamentario Comunista del texto constitucional en las Cortes el 30 de noviembre de ese año. Pero seguramente no están los tiempos, en exceso crispados, de esta España constitucional en el momento mejor para realizar un juicio de sereno discernimiento. La insensata apertura, por algunos, de una cultura de guerracivilismo le han hecho, a la postre, el más flaco favor a nuestro hombre, toda vez que el espíritu de la transición se construyó, ¡a ver si nos enteramos!, sobre el perdón y el olvido. ¡Dejemos, pues, de remover un pasado -Santiago Carrillo lo ha sufrido en primera persona- que a nadie interesa ni conviene!