El zorro y el erizo

| JOSÉ RAMÓN AMOR PAN |

OPINIÓN

01 ago 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

UNO de los más célebres proverbios dice que «el zorro planea muchas estrategias, el erizo conoce una sola estrategia, grande y efectiva». Erasmo de Rotterdam hace una muy interesante exposición del mismo en su Adagia , obra publicada en 1500. En nuestra cultura, desde tiempos inmemoriales, el zorro encarna el engaño y la astucia; el erizo, todo expuesto y nada escondido, la perseverancia. Cuando es perseguido por los cazadores, el zorro idea cada vez una manera nueva y escurridiza de escapar. El erizo, en cambio, intenta mantenerse alejado del peligro y empleará su único gran ardid si es alcanzado por sus enemigos: el animal se enrolla formando una bola, con su pequeña cabeza, sus pies diminutos y su blanda panza protegidos total y completamente por una capa envolvente de púas, de tal manera que los perros pueden hacer lo que quieran, golpear al animal, hacerlo rodar o incluso morderlo, pero con el único resultado de dolorosas heridas para ellos mismos, no pueden capturar a esta bola pasiva y llena de púas, y en último término tendrán que dejar al erizo solo, el cual cuando el peligro haya pasado, se desenrollará y alejará ileso. El poder y el atractivo de la imagen resultan evidentes. Batirse o persistir; diversificarse y embellecer o intensificar y cubrir. Los zorros deben su supervivencia a una cómoda flexibilidad y a la habilidad de reinvención, a un talento innato para reconocer -mientras que todavía existen posibilidades- que un camino elegido no producirá frutos y que hay que buscar rápidamente una opción diferente. Los erizos sobreviven porque saben exactamente lo que tienen que hacer, mantienen su postura con una persistencia inmutable, resistiendo hasta que los enemigos acaban finalmente por abandonar. Utilizo esta metáfora para referirme a la discusión, en la sede de la Unesco, de lo que ya va resultando Declaración Universal de Bioética y Derechos Humanos. El debate fue intenso y mostró alternativas en dos direcciones: una, privar al documento de todo filo tercermundista, reduciendo su ámbito al estrictamente médico o médico-biológico a lo sumo, sin alusiones a derechos humanos fundamentales de los que a Volnei Garrafa le gusta denominar «temas permanentes de bioética». Afortunadamente, la alternativa triunfadora fue la opuesta, gracias a la acción insólitamente mancomunada de los países subdesarrollados, con América Latina al frente.