¡Dejadnos soñar!

| JOSÉ RAMÓN AMOR PAN |

OPINIÓN

19 abr 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

EN ALEMANIA el Modernismo apenas tuvo defensores. El hecho de que, a pesar de ello, la acusación de modernismo fuera lanzada contra muchos intelectuales que intentaban humildemente poner la ciencia católica a la altura de los tiempos, es uno de los graves errores del integrismo católico contra el que Benedicto XV se vio obligado a intervenir. Ojalá que Joseph Ratzinger, flamante Benedicto XVI, camine en la misma línea, porque cuando era un joven profesor de Teología también tuvo la etiqueta de progresista. Siempre dije que si el Opus Dei y el resto de grupos fundamentalistas no conseguían mayor influencia era gracias a su presencia al frente de la Doctrina de la Fe. Aún así, ha sido mucho el sufrimiento causado a numerosos teólogos y muchas las energías gastadas en estériles disputas intraeclesiales. Benedicto XV también intercedió a favor de los alemanes, para que los aliados desistiesen del cruel bloqueo que habían impuesto, y que venía ocasionando un innecesario sufrimiento al pueblo: hoy el bloqueo norteamericano a Cuba merecería una acción similar. Al conocer el nombre del nuevo Papa me acordé de unas palabras pronunciadas por el cardenal Martini hace unos años. Hombre bueno y sabio como casi todos los jesuitas, soñaba Martini con una Iglesia plenamente sometida a la Palabra de Dios, alimentada y liberada por esta Palabra, que desea hablar al mundo de hoy, a la cultura, a las diversas civilizaciones, con la palabra simple y desnuda del Evangelio; que habla más con los hechos que con las palabras, que sólo dice palabras que parten de los hechos y se apoyan en ellos. Una Iglesia, en fin, que lleva la palabra liberadora y estimuladora del Evangelio a cuantos soportan la carga de pesados fardos, y no demasiado preocupada por el riesgo de equivocarse en el esfuerzo por ayudarlos de manera creativa. Una Iglesia que no otorga privilegios a ninguna categoría, ni antigua ni nueva, que acoge por igual a jóvenes y viejos, que educa y forma a todos sus hijos en la fe y en la caridad y desea valorar todos sus servicios y ministerios desde la unidad de la comunión. Una Iglesia humilde de corazón, unida y compacta en su disciplina, en la que el primado corresponde únicamente a Dios. Una Iglesia, en fin, que practica un paciente discernimiento, que valora con objetividad y realismo su relación con el mundo, con la sociedad actual, que empuja a la participación activa y responsable. Amén.