Los amores virtuales

| RAMÓN CHAO |

OPINIÓN

PILAR CANICOBA

23 dic 2004 . Actualizado a las 06:00 h.

LA SEMANA pasada, el Instituto Cervantes de París, que está llevando a cabo una excelente temporada cultural, organizó un homenaje a Manolo Vázquez Montalbán por su cabo de año. Participamos, entre otros, su hijo Daniel, Ignacio Ramonet, su traductora Michèle Gazier y yo. La verdad, dije allí, es que no tenía mucho que hacer entre tanto allegado a Montalbán, pues en nuestra vida sólo nos vimos cuatro o cinco veces. Eso sí; nos queríamos mucho. Recordé que nos habíamos conocido recién salido él de la cárcel y empezó a colaborar en la revista Triunfo . Cada equis meses, digamos dos veces al año, nos reuníamos en Madrid los que el director José Angel Ezcurra consideraba puntales de la revista: él, por supuesto, Haro Tecglen, César Alonso de los Ríos, Víctor Márquez Reviriego, quizás alguno más, y yo, que acudía desde París. Manolo iba desde Barcelona. La primera vez que lo vi llevaba la Crónica sentimental de España , que lo lanzaría al gran público cuando ya era un poeta prestigioso para los iniciados. Él vivía en Barcelona y yo en París. No nos comunicábamos, y en las reuniones de redacción nos limitábamos a saludarnos e intercambiar temas profesionales y políticos. Además, Manolo no resultaba muy efusivo y tampoco parlanchín; era de pocas palabras, trato amable sin exteriorizaciones orales. Practicaba más bien la comunicación silenciosa, como Juan Carlos Onetti. Recuerdo que éste me decía, para justificar su falta de vehemencia: «Cuando me viene a ver Juan Rulfo, se sienta ahí donde estás tú y me dice: hola Juan; yo sigo en la cama y le digo: hola Juan. Dolly nos trae una coca-cola a él, y a mí un whisky. Al cabo de un par de horas se levanta y dice: adiós Juan, y yo le contesto: adiós Juan. Y hemos pasado una tarde de comunicación perfecta». De vez en cuando venía alguien de Barcelona y, hablando de Manolo, me decía: «Oye, te quiere mucho». Yo permanecía escéptico. ¿Y por qué? Así varias veces. Hasta que me lo dijo Santiago Carrillo: «Estuve hablando con Vázquez Montalbán y te quiere mucho». Pues si me quiere tanto, ¿por qué no me llama cuando viene a París? Y empecé a atar cabos: claro, no lo hacía porque venía clandestinamente a recibir consignas del Partido Comunista. En esto me interrumpe Daniel: «Ramón, a mí también me dijo que te quería mucho». Una confirmación emocionante. Luego, la altermundialización nos unió un poco. Nos vimos en México, cuando la Larga Marcha de los zapatistas. El subcomandante Marcos nos recibió a unos cuantos, y allí fue casi como lo de Onetti y Rulfo: «Hola Manolo» y «hola Ramón». Nos vimos en Porto Alegre en un Foro Económico mundial, y hasta pienso que en Caracas, y Cuba, porque en esto de los temblores latinoamericanos no nos perdíamos uno. Al fin hablamos un poco más en Barcelona. No sé por qué milagro supo que estaba allí y nos invitó, a Felisa y a mí, a cenar en un restaurante de los suyos, exquisito y familiar. Tampoco fue que hablara mucho: ahora bien; se interesaba por todo lo que era la mundialización y en particular por el movimiento ATTAC. Afortunadamente estaba mi mujer y se lo contó al dedillo, pues, créanme, en esto de la altermundialización ando de tacada en carambola. También se interesó por mi hijo Manu; los pusimos en contacto y después se vieron varias veces. Cuando me enteré de su muerte me entró un gran pesar, como si hubiera desaparecido un amigo profundo y de toda la vida. Y verdad que así fue. Muchas veces, amigos muy queridos se me quejan de que no nos vemos a menudo. ¿Y por qué nos hemos de ver, si ya sabemos que nos queremos mucho? ¿Pasará acaso lo mismo con los amores de verdad, que antes se podían crear y mantener sólo por teléfono? ¿Y ahora, será posible por Internet? Tal vez cuanto más virtual sea, más excitante resulte y menos se deteriore.