Iconografía

| MIGUEL-ANXO MURADO |

OPINIÓN

22 dic 2004 . Actualizado a las 06:00 h.

MUCHOS SE escandalizaron por el Belén que expuso en sus salas el moribundo Museo de Cera de Londres: mostraba a David Beckham como San José, a su mujer Victoria como la Virgen María, a Bush y Blair como reyes magos¿ Comprendo el escándalo: es una frivolización de algo que para muchos es sagrado. A mí, en cambio, me hizo recordar que eso es algo que ya está presente a lo largo de toda la iconografía de la Sagrada Familia en el arte occidental. Pensé en las Vírgenes Marías de Botticelli, que eran casi siempre la guapa florentina Simoneta Vespucci (la hermana de Amerigo Vespucci, el escritor de más éxito en la Historia: le dio su nombre a un continente entero¿). Ese rostro de Simoneta es también el de Afrodita en otro cuadro famoso. Me acordé también de la Virgen María de Fra Filippo Lippi. Estos días la he vuelto a ver en los crismas que se venden en las papelerías: es el rostro de Lucrecia Buti, una monja italiana que era la amante del pintor. Quizás aquello era una blasfemia también, pero está olvidada y revindicada por ese olvido (esos cuadros están en los museos, en las portadas de los catecismos, en los libros de Historia del Arte). Quizás ni siquiera era blasfemia: La idea de belleza estaba relacionada con la de la bondad y perfección (aún lo está) y aquellos pintores querían dar a la Madonna el rostro que consideraban más hermoso, que para ellos era, lógicamente, el de la mujer a la que amaban. De hecho, las numerosas representaciones de María con las que contamos a lo largo de los siglos sirven para estudiar la evolución del canon de belleza en Occidente (por cierto que la variación es muy pequeña, desde las primeras representaciones paleocristianas hasta, digamos, una portada de la revista Time , donde precisamente María es la figura que ha aparecido en más ocasiones: unas trece, seguida de Fidel Castro). Victoria Beckham no es precisamente mi ideal de belleza (menos aún el de perfección), pero debe ser el de muchas personas cuando la han elegido para esta puesta en escena vulgar y popular a la vez (las dos palabras, originalmente, significaban lo mismo). Tampoco tengo nada contra ella, como no lo tengo contra todas esas chicas que asumen ese mismo papel en los «belenes vivientes» que se representan estos días en muchos pueblos de la Europa católica. Incluso la más humilde de ellas tiene que tener algo de esa perfección que quisieron reflejar los artistas durante siglos.