Con nombre propio

| JOSÉ RAMÓN AMOR PAN |

OPINIÓN

04 nov 2004 . Actualizado a las 06:00 h.

RÍOS DE TINTA han corrido desde que Theodore Levitt acuñara el término globalización para designar al proceso de creciente libertad e integración mundial de los mercados de trabajo, bienes, servicios, tecnología y capital, acumulación de recursos para la obtención de economías de escala y deslocalizaciones de empresas con el fin de buscar los rendimientos derivados de factores de producción más baratos. Todo el mundo compite dentro de las fronteras nacionales y también cada vez más fuera de ellas. Las empresas son capaces de desarrollar este proceso porque una serie de decisiones políticas les están permitiendo hacerlo. Admitir que la globalización existe y que tiende a acelerarse es un principio indispensable para el análisis de la situación en cualquier parte del mundo y, para mí, premisa de que no tiene sentido utilizar una región, un país o un continente como unidad de análisis sin considerar antes el entorno global en el que nos movemos. Es un error confundir globalización con ultraliberalismo o pretender que la gente esté a favor o en contra de la misma: es irreversible y puede ser algo estupendo para todos los habitantes del planeta. El problema está en cómo gestionar eso. La última palabra es, por tanto, responsabilidad. En este terreno, la artimaña política que consiste en dejar pudrirse las situaciones difíciles de resolver sería desastrosa; lo mismo que la huida hacia delante, la evolución incontrolada, la reacción caótica ante el ritmo frenético del cambio. Se trata de llegar a aquellas políticas que reflejen en la teoría y en la práctica la prioridad de las personas sobre las cosas, del bien común sobre los intereses individuales y/o de grupo. El capitalismo global es el sistema más prometedor para la prosperidad mundial; pero el mundo va a necesitar sabiduría y fuerza para explotar sus beneficios potenciales: unos 5.000 niños mueren diariamente por falta de vacunas... No basta con afirmar que todos somos uno y que formamos parte de un mismo universo, lo que hace falta urgentemente es vivir interiorizando a fondo esta idea. Por eso, me ha sorprendido agradablemente que Aurelio Miras Portugal, conselleiro de Emigración, haya dedicado el pasado viernes su discurso en la ceremonia de imposición del título de profesor honoris causa por una prestigiosa universidad argentina precisamente a este tema: «Hacia una ética de la globalización: una perspectiva desde Galicia».