Talante sin talento

JUAN JOSÉ R. CALAZA

OPINIÓN

13 sep 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

NO ME DOY por satisfecho. A pesar de que la prensa de Madrid se ha ocupado ampliamente de los apocados silencios de Zapatero frente a los nacionalistas, en contraste con las sonoras y desubicadas exhortaciones pidiendo la retirada de todas las tropas de la coalición occidental que intentan estabilizar Irak, no me doy por satisfecho. Porque el presidente del Gobierno, con una falta de profesionalidad que espanta, perora cuando debe callar y cuando debe hablar hace mutis por el foro. Tan grave es la cosa que incluso el buque insignia del grupo mediático que actúa como portavoz oficioso del PSOE se ha visto obligado a editorializar el descontento (10 y 11 de septiembre) respecto a dos cuestiones fundamentales de la política española como son el reparto territorial del poder y la política internacional. Ya no se trata de una simple gota que desborda del vaso sino que el río gubernamental se ha salido de madre y amenaza con llevarse por delante a España al privarla de cohesión interior y de aliados exteriores. Zapatero, al proclamar urbi et orbi , en su reciente visita a Túnez, que para restablecer la paz todas las tropas occidentales deberían abandonar Irak, no sólo estaba dando alas y justificando a los asesinos y raptores de ciudadanos de paises aliados sino que también contradecía las resoluciones 1511 y 1546 de la ONU, votadas por España. Cada cual opinará lo que la información solvente y el entendimiento le permitan alcanzar pero yo creo que semejante desatino sólo es concebible en un iluminado que se cree lo del «ansia infinita de paz» o en un indocumentado que no sopesa las consecuencias de su propuesta. Paradójicamente, tanta logorrea en el extranjero se torna aquí acobardado silencio toda vez que en lugar de hacer frente con palabras claras y posturas firmes a las reivindicaciones nacionalistas el mutismo presidencial las estimula incitando a los separatistas a sacar pecho en una competición de demandas disgregadoras que Maragall asume como propias, no obstante la calculada escenificación que montó en la Diada haciéndose tratar de español -¡qué insulto, monseñor!- para avalar ante el resto del Estado el papel, ya demasiado visto, de policía bueno. Lo que quedará de esta fecha es que, después de haber sido recibido en la Moncloa con la bandera de Cataluña, nunca tantos ayuntamientos socialistas del Principado retiraron la de España. Pero sobre todo no me doy por satisfecho respecto a las explicaciones de esos silencios y esas logomaquias porque nadie se ha preocupado de conectar ambas cosas. Esto es, si Zapatero considera que para pacificar Irak lo mejor es retirar todas las fuerzas extranjeras de ocupación, para pacificar el País Vasco habrá que retirar asimismo, por transitividad lógica, las fuerzas de ocupación españolas. ¿Debemos entender que la sustitución recientemente anunciada de policías nacionales y guardias civiles por erchañas es el primer paso en esa dirección? Desgraciadamente, no pasa día sin que se confirmen los rasgos de la caricatura con la que Guerra cubría despectivamente a Zapatero, Bambi , en su época de parlamentario en agraz. Pocas dudas quedan de que su prolongado silencio en las Cortes, junto con un perfil político sin brillo ni carácter, no fue la actitud calculadora de un estadista al acecho que esperaba su momento sino la de alguien con talante pero sin talento.