Muerte adentro

ALFONSO DE LA VEGA

OPINIÓN

11 sep 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

LA MODA del otoño es la eutanasia. Es un tema tremendo. Si yo tuviera conciencia crística o búdica, podría contemplar y valorar entre el auténtico mar adentro de criaturas, cuyas formas, nacen crecen, se reproducen y mueren, el sentido espiritual más profundo de un acto tan dramático como puede ser quitar la vida a otro ser humano. Un antónimo de eutanasia es renacimiento. Y para mí ambos fenómenos forman parte del mismo proceso de evolución en la concienciatización del Todo. Y es que para hablar de moral conviene indicar antes en qué se cree. Más que de una moral de códigos o normas soy partidario de una ética de principios. Los de la Grecia clásica de los misterios, del Sócrates convencido de la inmortalidad del alma, la piedad del cristianismo y el ideal racionalista ilustrado. Pienso, como el enciclopedista Holbach, que «la moral debe ser la ciencia de la felicidad para todos los hombres». Debe basarse por tanto en lo que todos tienen en común, más allá de diferencias culturales o religiosas y buscarse a través de la razón y la intuición. Pero dudo ya que acertase totalmente mi correligionario Castelar cuando afirmaba que «el mundo se rige por ideas». Los últimos desencantos parecen indicar por el contrario que una época que soñó ser racionalista cada vez es menos razonable. No podemos negarnos a la evidencia de la hegemonía aparente de los intereses sobre las ideas. Por eso es misión del legislador proteger al débil de los intereses hipócritas y bastardos. Pero hay que distinguir: una cosa es el suicidio asistido, que es el problema que plantea el caso Sampedro y otra diferente la de la muerte dulce activa o pasiva de alguien que carece de conciencia y libertad para decidir por sí mismo. Soy partidario de la pasiva, no emplear los últimos avances técnicos para alargar innecesariamente la vida. En algunos casos, independiente y técnicamente valorados como terminales, de la activa: tal el suministro continuado en microdosis de morfina hasta la parada cardiaca. Y para los deudos más cercanos, no decidir sin una previa profunda meditación, asistida por el Buda de la Compasión, acerca de qué motivos nos animan.