El país de los ciegos

| JAVIER ARMESTO |

OPINIÓN

12 ago 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

«TRATAREMOS de no dañar la mezquita del imán Alí», dijo ayer un portavoz de la Marina. Estados Unidos se preocupa de no estropear las venerables piedras del santuario del chiismo mientras mata a centenares de sus fieles: milicianos, civiles, hombres, mujeres y niños. La gente debe saber que lo ocurrido ayer en Nayaf y Kut no es algo tan excepcional en ese país que los americanos se propusieron liberar hace ahora año y medio. Cada día mueren en Irak decenas de personas en bombardeos, atentados masivos, pequeñas escaramuzas, operaciones selectivas de las fuerzas de ocupación o accidentes militares. Los medios de comunicación apenas reflejan una mínima parte. Durante los meses siguientes al final de la guerra fue imposible calcular el número de víctimas iraquíes; todos los días se recibía un parte con el número de bajas norteamericanas, pero, de la población civil, nada. No es extraño. El propio Michael Moore, en su panfleto Fahrenheit 9/11, dedica casi media hora a las tribulaciones de la madre de un soldado muerto en combate y apenas treinta segundos al drama de la población iraquí. Pero la estadística siempre acaba por imponerse: en agosto del 2003 habían perecido casi 10.000 personas. ¿Y todo esto, por qué? Por una buena causa: el petróleo que sigue fluyendo a través de los oleoductos. Pozos y conducciones férreamente vigiladas por militares y empresas de seguridad privadas. Los ataques de los insurgentes, según nos dicen, han reducido la producción y elevado el precio del barril de brent desde Londres... a Texas. Las petroleras están de enhorabuena. Las encuestas aseguran que entre Bush y Kerry todavía hay empate técnico. Y es que en Estados Unidos, ese país ensimismado, de ciegos, en el que el 80% de la población no sabe situar Irak en un mapa, se vota pensando en el bolsillo, no en los ataúdes. Sobre todo, si no van cubiertos de barras y estrellas.