HACE UNOS DÍAS Josep María Sala, militante del socialismo catalán, pasaba a formar parte de la ejecutiva del PSC, con el beneplácito generalizado de sus compañeros. El nombre de Sala sonó mucho con el caso Filesa, por lo que a él se le condenó a tres años de prisión y seis de inhabilitación. El tema suscita la situación del político condenado y su regreso a la vida política, que Sala proclamó en todo momento como objetivo prioritario. Leo en la prensa catalana un artículo muy favorable a las tesis de Sala y el PSC, en el sentido de elogiar la lealtad de uno y otro. De él se dice que aceptó ser cabeza de turco del partido en un caso de corrupción, lo que no parece precisamente echarle un capote al personaje, sino más bien lo contrario: si la interpretación tuviera que ser la literal, es que hubo engaño a la justicia e incluso cabe suponer que se tapó a alguien. Pero probablemente el articulista ha querido utilizar la frase en un sentido mucho más matizado. Ni aún así deja de sorprender. Como llama la atención que se asegure que Sala ha tenido en los últimos tiempos despacho en su partido -¿en calidad de qué?- y que el comportamiento del PSC ha sido el adecuado al darle paso de nuevo. El asunto tiene mil aristas y por supuesto no se trata de juzgar al hombre sino al político. Pero no es posible hacerlo por separado. Así como en cuestión de justicia es conveniente y existe la rehabilitación, yo no tengo claro que deba ser igual en una actividad como la política, donde la ética y la ejemplaridad deben ser piezas clave. En mi humilde opinión, Sala debería haberse buscado el futuro fuera de la vida pública.