Tráfico: accidentes de jóvenes

| GONZALO OCAMPO |

OPINIÓN

12 jul 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

PARECE imparable y en crecimiento el aluvión de muertos jóvenes en las carreteras, con singular proclividad en las noches y madrugadas de fines de semana y vísperas de fiesta. Ejemplo del tráfico como «reverso de la prosperidad», que dice la Organización Mundial de la Salud, o como «plaga social». Tal vez en el seno de muchos hogares tomen cuerpo la incertidumbre y la angustia, en esos tramos de tiempo, cuando el joven decide divertirse, legítimamente, desde luego, pero sin tasa, y con proximidad a un automóvil, como eslabón final de una cadena de desatinos, para que la tragedia haga su ronda. Este orden de accidentes de tráfico hace años que ha dejado de ser noticia, son rutina diaria que por su misma reiteración llevan a la impasibilidad, al acostumbramiento. Hacen falta notas de espectacularidad, de morbosidad, para conformarlos en noticia capaz de sobresaltar a todo el cuerpo social, hasta que seriamente se admita que, efectivamente, «la seguridad vial es cosa de todos». Y lo es si se admite que la mayoría de estos episodios se generan mas allá de la carretera, desde que la autoridad familiar ha dejado de imponer criterios de buena educación o correctores de los malos hábitos, desde que en la vida civil casi todo es posible porque las barreras éticas son cada vez menos, desde que en el ámbito de la vida joven en ese tiempo de la semana es absoluta la impunidad en los centros de diversión, y desde que no cabe que al lado de cada usuario del tráfico preste servicio un agente de la autoridad que evite desmanes. ¿Fórmulas mágicas para evitar tanto drama? No existen. Tal vez cabría tentar algunas otras en el marco de lo racional, tras de reconocer que el sistema legal que ordena y regula nuestro tráfico debería bastar en su actual dimensión para contener las conductas desmesuradas y peligrosas del joven conductor. No es coherente el fácil recurso que pretendiese impedir el uso del automóvil a conductores en edad de 18 a 25 años durante los fines de semana, pero si nos acercamos a la negra tradición de esta forma de inseguridad vial -de meses o años- notaremos que al hilo de la tragedia se une siempre el componente de la velocidad excesiva de marcha de los vehículos implicados en cada lance. Cabe, entonces, limitar físicamente la posibilidad de que determinados vehículos -bajo circunstancias de tiempo, lugar y conductor que se determinen- no puedan sobrepasar la velocidad de marcha de 90 kilómetros/hora, o la que se acordase; después, el añadido de singulares planes de vigilancia que lleguen a la inmovilización inmediata de vehículos de conductores infractores. Queda, por último presentar nuestra disculpa por referirnos globalmente a los jóvenes, sabiendo que no son todos lo que están, por fortuna. Tanta tragedia clama por la urgencia de medidas, hasta tanto los buenos modos en el tráfico hagan innecesaria la dureza. Esta impresionante sangría de vidas debe ser socialmente inaceptable. Información en las páginas 2 y 3