Cables por los aires

OPINIÓN

04 jun 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

HACE AÑOS me impresionó un profesional y político gallego que nos definía como una sociedad punk. Solo así era comprensible para él la dejadez y abandono en el que se encontraban muchos de los entornos de las viviendas en el medio rural y semirrural gallego, con sus amontonamientos de cascos de botellas, neveras desvencijadas y un largo etcétera de material de desecho. No es nuevo el debate sobre el feísmo en la construcción y en la ordenación del espacio. Entre hueco y hueco que deja la política reivindicativa o proclamativa de infraestructuras, surgen fogonazos en torno al feísmo y la ordenación territorial o urbana. Con diagnósticos incompletos, con remedios superficiales. Pero siempre lejos de considerarlo un problema de primera magnitud, en una sociedad que avanza imparable hacia la convergencia europea. Hace apenas una semana, el suplemento dominical de este periódico ponía, en primera de reflexión, el impacto visual de los cables que enmarañan el cielo de nuestros núcleos urbanos o rurales, con desprecio de iglesias, cruceiros, pazos o cascos históricos de villas o ciudades. Con desprecio también de los espacios urbanos de las grandes ciudades, donde a pesar del desarrollo, edificios nuevos o viejos no dejan de verse encintados, hasta constituir maraña, por kilómetros de cables. La faceta del feísmo en la construcción o el abandono del hábitat cercano parecen manifestaciones de una tragedia cultural, y económica, que es necesario deconstruir para reconstruir. En ella no sólo es suficiente la intervención de los poderes públicos con normas exigentes para cumplir, sino que se supone imprescindible la participación activa de una sociedad reflexiva para impedir el mal uso del suelo, la falta de ordenación, e incluso el negocio fácil en la especulación. Sin embargo, no es el caso del feísmo generado por la maraña de cables. Su solución apenas supondría establecer administrativamente las normas de uso de los espacios y bienes públicos. Obligando en ellas a su protección por parte de las empresas, que bajo pretexto de atender servicios públicos, actúan no sólo como monopolio administrativo sino con desprecio del bien público. Porque si tampoco nos atrevemos con eso, el feísmo se afianzará como un rasgo más de nuestro carácter social.