PROMETIÓ defender el «peso como un perro» pero cuando dejó la presidencia de México la moneda nacional se cambiaba a 70 unidades por dólar, frente a las 22 del inicio de su mandato. Proclamó en público «jamás me rajaré, palabra de macho», pero uno de sus últimos actos conocidos fue solicitar en el juzgado el divorcio de su segunda mujer, la actriz argentina Sasha Montegro, porque le trataba «de pendejo» y «poco hombre». Anunció que el petróleo, descubierto en grandes cantidades durante su presidencia en el sureste mexicano, «será un poderoso cimiento de nuestra industria, garantizando un grado de independencia económica que el país nunca ha conocido». Al abandonar el poder dejó una deuda externa de 80.000 millones dólares, casi cuatro veces mayor que la que había recibido. José López Portillo, fallecido en la madrugada de ayer en México tras una neumonía, era un hombre de contrastes, sobre todo entre las palabras y los hechos, y pasional, famoso por su colección de amantes. Encarnaba, en forma casi caricaturesca, algunas de las características tópicas del país que presidió como un dictador con fecha de caducidad, como mandaban los canónes del Partido Revolucionario Institucional, PRI, la fuerza única que gobernó México durante más de siete décadas. López Portillo, nacido en el Distrito Federal mexicano en 1920, estudió Derecho y se doctoró en Teoría del Estado, bajo el magisterio de un exiliado español, Manuel Pedroso. Sus conocimientos no se plasmaron en su ejercicio del poder, marcado por los excesos. Todo se desmoronó cuando el barril de petróleo bajó de precio. Su amigo Luis Echevarría, ministro del Interior durante la matanza de estudiantes en Tlatelolco, le señaló en 1975 con su dedo omnipotente y, un poco al estilo de la sucesión de Aznar, le nombró su heredero. Pero a diferencia de Rajoy, López Portillo no tuvo que someterse a la prueba de las urnas, no sólo porque las votaciones estaban amañadas sino porque el opositor Partido de Acción Nacional -la formación del actual presidente Vicente Fox- ni presentó candidato. Dos años de recuperación, otros dos de consolidación y, por fin, dos de crecimiento. Éste era el esquema de Portillo para su sexenio en el poder. Pero el éxito de las prospecciones petrolíferas le embriagaron. «Petróleo: el oro negro para todos», rezaba la propaganda gubernamental por televisión para anunciar un vasto programa de inverisones, viciado por el despilfarro y la corrupción. «El orgullo de mi nepotismo» López Portillo no sólo nombró ministra de Turismo a una de sus amantes, Rosa Luz Alegría. Colocó a su hermana y a su primo en altos puestos y, cuando designó a su hijo subsecretario de Presupuestos, dijo que su vástago era «el orgullo de mi nepotismo». Según el historiador Enrique Krauze, la primera esposa, Carmen Romano, «dilapidaba fortunas en sus viajes a Europa». Lo mismo hizo Portillo con el oro negro. Soñaba con hacer de México un próspero petro-estado, como los del Golfo, pero se tuvo que despedir llorando. En su haber queda la reforma política que legalizó a los comunistas.