SI VAS a alguna de las siete islas del archipiélago canario y ves una grúa y junto a ella una obra en construcción, descubrirás que allí están trabajando un buen numero de rapaces gallegos, que han hecho de las islas Canarias su tierra de promisión. Son los galleguanches , una legión de albañiles, de encofradores, de ferrallistas, soladores, carpinteros y pintores. Promociones enteras de mozos que alcanzada la mayoría de edad descubrieron que todos los lunes comenzaban a ser lunes al sol, a la inclemencia metereológica y económica del paro, del no futuro en una tierra castigada desde hace más de un siglo por el nomadismo de la emigración. Canarias, las islas, eran una cita susurrada, que corría de boca a oreja por los bares de Cee, de Fisterra, de Camelle, de Viveiro, de Foz. Primero fue la hostelería, una auténtica escuela de camareros, de mozos de hotel, de guardas y vigilantes, de animadores. Poco después llegó el auge de la construcción, la renovación del paisaje, el refugio del capital gallego y peninsular en promociones inmobiliarias, las contratas a destajo, trabajando todas las horas del día, todos los días de la semana, y de esta manera se fue repoblando de ciudadanos gallegos tal como si fuera el día siguiente, los meses que sucedieron al descubrimento de las islas por un, otro pionero gallego, el conquistador Benítez de Lugo. Si en estos días del sereno y apacible invierno del archipiélago te dejas caer por las Canarias, frecuenta las calles comerciales, el bullicio amable de las zonas de bares y tabernas, las decadentes terrazas de los paseos, y allí donde veas un grupo numeroso de muchachos y muchachas, acércate y escúchalos. Te sorprenderás con el murmullo, con el regalo del idioma matrio, con la lengua primera que trae la morriña clavada en cada palabra. En muchos de esos lugares del itinerario popular, no oirás hablar en inglés o en noruego, escucharás la dulce melodía del gallego, al igual que en las barras y en las mesas de muchos restaurantes y figones, algunos con la orgullosa divisa de la tierra guiñando el ojo de vidrio desde el rótulo comercial. Hay barrios enteros donde residen la mayoría de nuestros muchachos compartiendo pisos. Pueblos hay con acento gallego en su cotidaneidad. Corralejo es un ejemplo, en el corazón majorero, en la más genuina memoria canaria, la gallegueidad llegó modificando los comportamientos de sus habitantes. Me han llegado a contar que incluso celebraban con rumboso garbo las efemérides gallegas que iban en detrimento de la tradición de sus fiestas locales. Hubo que llegar al consenso para que ninguna de las dos comunidades salieran perjudicadas. Galicia, la mejor de las galicias, la de nuestros jóvenes, se vacía en Canarias. Para muchos ya ha llegado el momento del no retorno. Aprendieron el duro y viejo oficio de emigrantes. Otros muchos regresarán para invertir sus ahorros en un negocio hostelero a pie de carretera. Pero todos han sido condenados desde la Galicia del todo va bien, a un trastierro no elegido y mucho menos deseado. Hoy mismo, a cuatro columnas, da cuenta el diario de que en Galicia la tasa de paro se sitúa dos puntos por encima de la media española y que este año se ha incrementado el desempleo en dos docenas de miles de personas. Desde Lavacolla, Alvedro o Peinador hay un puente aéreo secreto que conecta con Las Palmas, con Lanzarote o con Tenerife, y una vez más hay que escribir la amarga crónica de la diáspora. El primero de los niños que nació en Galicia con el nuevo año era primogénito de los hijos de una joven pareja oriunda de Cee. Ambos trabajan y viven en algún lugar de las islas Canarias. Habían vuelto fugazmente a Galicia para que su hijo naciera en la tierra de sus padres. Regresaron a las islas. La historia continúa.