Elogio de la cordura

| ROBERTO L. BLANCO VALDÉS |

OPINIÓN

18 nov 2003 . Actualizado a las 06:00 h.

A COMIENZOS del siglo XVI escribió Erasmo de Rotterdam su celebérrimo Elogio de la locura , que muy pronto iba a configurarse como un clásico: eran, aquéllos, tiempos de control político asfixiante por parte de los poderes de la época -monarquías e Iglesia, sobre todo-, lo que permite entender hasta qué punto la crítica a los mismos que Erasmo pretendía pudiese ser formulada bajo la idea del Stultitiae laus , idea percibida por clérigos, reyes, mercaderes y soldados como una provocación intolerable. Transcurridos varios siglos, la locura se ha instalado de tal modo en nuestros hábitos sociales y políticos, que reivindicar lo contrario, la cordura, ha pasado a ser desde hace tiempo una consigna revolucionaria. Por eso, visto el actual escenario político español, marcado por la enloquecida evolución del nacionalismo que gobierna el País Vasco, no estará de más, poniendo el parche antes que el grano, llamar a la cordura de los grupos nacionalistas -Esquerra y Convergencia- que han obtenido en las elecciones catalanas la mayoría absoluta en número de escaños. La cordura, en primer lugar, para constatar una evidencia: que esa mayoría parlamentaria traduce una minoría social, pues la suma de los votos de CiU y ERC alcanza sólo al 47.4% de los expresados, un punto más de lo que sumó el nacionalismo catalán hace cuatro años. Ése, ¡sólo ése!, es el avance que el nacionalismo presenta ahora como un éxito electoral sin precedentes. Pero la exigencia de cordura, además de una cuestión de porcentajes, es una consecuencia de la conformación política plural de la sociedad catalana, que ha sabido, de hecho, convertir la pluralidad en uno de sus motores de dinamismo económico, social y cultural. Cataluña es Espriu y es Josep Pla (el maravilloso cascarrabias Josep Pla), pero es también Eduardo Mendoza y el aún llorado Vázquez Montalbán. Todo eso es Cataluña, y todo España al propio tiempo, pues ésta sería sencillamente incomprensible sin aquélla. Un ejercicio de cordura que será, en fin, no sólo necesario entre quienes tienen hoy la responsabilidad de no abrir otra brecha de conflictividad territorial -lo que además de contradictorio con la historia lo sería con la voluntad mayoritaria del pueblo catalán- sino igualmente entre aquellos otros que actúan convencidos de que la única forma de tratar el problema de las identidades compartidas que conviven en España consiste en negar que tal cosa, además de una riqueza, pueda ser una fuente de problemas que deben ser tratados con finura. El resultado de las elecciones catalanas es también, entre otras cosas, un rotundo mentís a esa increible falta de finura.