NO TODOS los episodios de corrupción política tienen un impacto en la opinión pública. Sólo se llegan a conocer algunos de ellos; sólo una parte de éstos llegan al dominio público; y sólo unos pocos de estos últimos provocan un escándalo en la opinión pública. En cada una de estas etapas, la función de los medios de comunicación es crucial, porque el conocimiento que la gente tiene de la corrupción política y el juicio que se formula acerca de ello nace de la atención que le dedican las noticias. Reproduzco estas palabras escritas por el profesor de Sociología de la Cultura en la Universidad de Bolonia Pier Paolo Giglioli en su trabajo La corrupción política y los medios de comunicación: el caso Tangentópolis, y las aplico a los escándalos de Madrid y de Marbella que, junto con otros ocurridos en nuestra joven democracia, nos acercan pericolosamente -que diría el profesor Giglioli- a la Tangentópolis italiana, cuyo origen se remonta al 18 de febrero de 1992, cuando un desconocido funcionario local del Partido Socialista, Mario Chiesa, fue detenido en Milán en el momento en que recibía un soborno de un contrato de servicios de limpieza para un hogar de ancianos municipal, del que era director. El episodio parecía irrelevante, con un soborno de apenas un millón de pesetas. Además, para una formación como el Partido Socialista, algunos de cuyos miembros más conocidos habían sido objeto de otras investigaciones por corrupción política en el decenio de los 80, el caso Chiesa parecía de menor importancia y destinado por tanto a caer pronto en el olvido; pero las concienzudas investigaciones judiciales y el apoyo de los medios de comunicación y de la opinión pública a las mismas acabaron desencadenando una crisis que salpicó a toda la clase política italiana. A comienzos de 1994, el presidente de la República disolvió el Parlamento, cuando un alto porcentaje de sus diputados estaban siendo investigados por corrupción. Las elecciones generales celebradas en abril dieron una inesperada victoria al frente de derechas liderado por un hombre nuevo de la política italiana, el magnate de la televisión Silvio Berlusconi. El resto de la historia se está escribiendo ahora. Con la que está cayendo en la política española, no deberíamos echar la lección italiana en saco roto.