El «ojomeneado»

| ROBERTO BLANCO VALDÉS |

OPINIÓN

19 jul 2003 . Actualizado a las 07:00 h.

DORINDA ERA una de esas mujeres sin edad. La recuerdo, calle arriba, calle abajo, pidiéndonos que contribuyésemos a mantener su felicidad de niña eterna: «Chico, ¿me das cinco pesetas?». Nadie, ni aun los más necesitados, se atrevía a negarle su duro a nuestra queridísima vecina. Y es que Dorinda era en A Estrada como la estatua de Colón en Barcelona: una institución. Un día acudía mi madre a un justo homenaje que por sus méritos le daban a mi padre y Dorinda, sabedora del asunto, al verla tan contenta, tras eximirla del durito, le espetó: «Qué guapa va Doña Carmen, cómo se nota que es usted la ojomeneada». Fue una frase feliz, pues todos en mi casa hemos acabado recordando aquella jornada mucho más por la barbaridad de Dorindiña, que por el homenaje que la llevó a hacer su contribución al Diccionario. Una contribución que sirve ahora para calificar con propiedad la condición del ministro de Fomento, al que la insólita entrega el próximo día 25 de la medalla de oro de Galicia convierte no en un homenajeado, sino en un auténtico ojomeneado. La Xunta ha conseguido tal prodigio haciendo justamente lo contrario de lo que es exigible a una institución que en nombre de todos los gallegos concede el máximo honor de un territorio. Pues lo exigible es que tal honor recaiga siempre en personas o instituciones que la inmensa mayoría de la sociedad reconoce dignos de recibirlos. No el cien por cien, lo cual es imposible, pero sí la inmensa mayoría. Como todo el mundo sabe, y como nadie podía desconocer en una Xunta que lo es de Galicia y no de Marte, ese consenso no se produce en relación con el señor Álvarez Cascos. Hay en Galicia -ciertamente- quien piensa que Cascos es el mejor ministro de Fomento de la historia: así lo dicen Manuel Fraga y sus acólitos. Y es posible que, por su influencia, así lo estimen con todo derecho algunos votantes del PP. Pero frente a ellos, las encuestas realizadas en su día demostraron que la inmensa mayoría de los habitantes de Galicia opinan que el señor Álvarez Cascos ha sido el nefasto gestor de una gravísima catástrofe y que su impericia, su chulería y sus modos cuarteleros no merecen ser premiados con la que quiere ser la condecoración más importante que en Galicia reconoce los méritos de quienes han contribuido a mejorarla. Por eso cuando Álvarez Cascos acuda el viernes próximo a recoger su discutidísima medalla, los gallegos podremos decir, como Dorinda, ahí va el ojomeneado: pues nunca un premiado habrá estado en el ojo crítico de todos los gallegos, ni nunca habrá recibido los meneos que ha recibido, con todo merecimiento, el mejor ministro de Fomento. De fomento del desastre.