El auge de los filósofos

| GERARDO GONZÁLEZ MARTÍN |

OPINIÓN

16 abr 2003 . Actualizado a las 07:00 h.

LEO QUE en su visita a Galicia, el último fin de semana, Fernando Savater ha paseado más de una ciudad como sólo se recuerda que fuera tratado un filósofo en los tiempos de la II República. Por entonces, José Ortega y Gasset tenía una popularidad semejante a la de un torero o una cupletista. Sorprende, ciertamente, que una sociedad como la nuestra vuelva por esos derroteros y considere al citado filósofo, o a José Antonio Marina, incluso a Javier Sádaba, entre otros, como figuras próximas, entrañables. Es la misma sociedad, curiosamente, que además de los profesionales tradicionales a los que rinde culto, ha incorporado a la nómina de sus ídolos a personajes tan poco ejemplares como los Matamoro, Tamara -la mala-, Yola Berrocal o el nuevo descubrimiento que se llama Pocholo Martínez Bordiú. Sin duda, los filósofos citados y algunos, pocos, más, resultan próximos al público en general más que por sus libros, por sus colaboraciones periodísticas, por la intervención en tertulias radiofónicas o programas de televisión y en algún caso, como es el del mencionado Savater, por su actuación cívica en un escenario tan arriesgado como el País Vasco. Intelectuales éstos que han entendido la importancia de los medios para llegar a una gran audiencia, frente a los puros que consideran poco menos que pecaminosa la exposición a la radio y especialmente a la televisión. Una sociedad que encumbra a sus filósofos, aunque sea por medios considerados por algunos poco ortodoxos, está en el buen camino. Quizá sea cierto, como predice Marina, que «en los actuales movimientos sociales vislumbro -o tal vez deseo ver- un impulso creador, compasivo, esforzado, o sea, ético». Está por ver, por ejemplo, si la excepcional presencia de voluntarios en Galicia, con motivo del accidente del Prestige es un hecho aislado o el principio de una nueva manera de comportarse por parte de nuestra juventud. Aquí mismo, hace unos meses, lamentaba que muchas veces la solidaridad se ejercía a distancia, olvidando a los necesitados más próximos.