05 oct 2002 . Actualizado a las 07:00 h.

LA CRISIS ARGENTINA ha protagonizado la campaña electoral brasileña como ejemplo de ese «infierno tan temido» que podría hacerse realidad. Serra, el candidato conservador, ha utilizado este miedo contra Lula da Silva, el candidato de izquierdas que ha moderado su mensaje para convencer al capital de la necesidad de políticas de redistribución de la riqueza real y potencial que posee Brasil. Un país con la mayor reserva medioambiental del planeta, con recursos naturales inmensos -que no infinitos- y el más industrializado de su entorno, pero también donde contrastan situaciones de precariedad social insufribles con la obscena ostentación del lujo y abundancia de una minoritaria clase pudiente. Brasil, junto a México y Argentina, es uno de los pilares del mapa socioeconómico de América Latina y de lo que ocurra en estos tres países dependerá la capacidad de la zona -tan importante para nosotros- para hacer frente a la desaceleración de la economía mundial. En el caso de Brasil parece insoportable que 54 millones de habitantes (casi la tercera parte de los 168 totales) vivan por debajo del umbral de la pobreza, con una moneda devaluada ya hasta el 60% en los últimos meses. Los cuatro aspirantes a la presidencia de Brasil comparten la dificultad de ofrecer una receta creíble y posible. Comparten también el hecho de ser blancos, de origen modesto, varones y con experiencia política. Ningún candidato en estas elecciones del siglo XXI representa a la población indígena, negra o femenina, pero las mujeres suman un millón y medio más que los hombres entre los votantes y pueden tener la llave de la la mitad más uno que necesita Lula da Silva para triunfar en la primera vuelta. Ojalá que, entre todos, acierten.