MERCANTES

La Voz

OPINIÓN

CARLOS G. REIGOSA

05 mar 2002 . Actualizado a las 06:00 h.

Enternece y reconcilia con la condición humana que el pensador del corazón y gran polemista marciano Alessandro Lequio se exprima su neurona para decirle a Marina Castaño, viuda de Cela, que deje a un lado la inquina que la está caracterizando y que negocie el reparto de la herencia con el hijo del Premio Nobel de Padrón. «Seguro que llegáis a un acuerdo -dice el sesudo Lequio en su prosa espesa-, ya que si no los dos saldréis perdiendo, además de la memoria de tu marido y seguramente su fundación». De paso nos recuerda la mercantilización del escritor en su última etapa, y alude a quienes pasaron a llamarle a ella la Marina Mercante. Y esto tiene una gracia esperpéntica: que sea este pequeño mercader de exclusivas el que aconseje desmercantilizar el caso Cela con un acuerdo familiar que él no tiene precisamente acreditado como un logro en su vida (Antonia dell''Atte dixit). Su consejo es bueno, pero ¿no es asombroso y fascinante que provenga de alguien que muy bien podría ganar en cualquier momento el título de el Lequio Mercante? No sé si con tantos méritos como Marina Castaño, ésta es la verdad.