ENTIERROS

La Voz

OPINIÓN

CARLOS G. REIGOSA

21 ene 2002 . Actualizado a las 06:00 h.

El día del entierro de Pío Baroja en 1956, Cela fue uno de los portadores del féretro -rendía así tributo a su maestro-, entre un nutrido grupo de escritores e incondicionales. Le habían propuesto a Ernest Hemingway que fuese otro de los que pusiesen el hombro, pero el estadounidense declinó la oferta con humildad al ver a tantos creadores españoles con deseos de hacerlo y quizá de salir en la foto. La diferencia con el entierro del pasado viernes en Padrón es patente. Varios medios de comunicación subrayaron la presencia de autoridades y la ausencia de escritores. La progresiva institucionalización (e incluso la instrumentación partidaria y mediática) de la figura de Cela después de la concesión del Premio Nobel en 1989 explica en buena medida lo ocurrido. No lo hace justo, pero permite que se entienda. Mientras que el viejo Pío Baroja celebró la aparición de La familia de Pascual Duarte, Cela no se ha caracterizado precisamente por su atención a los jóvenes ni por su buena relación con ellos (recuérdese su rencilla con Antonio Muñoz Molina). Pero lo salvará su obra, que es la que vale. Y vale. Lo demás es, al cabo, anécdota irrelevante.