POR FAVOR, AHONDEMOS

La Voz

OPINIÓN

MARÍA DEL MAR LLERA LLORENTE (Profesora de pensamiento político político en Salamanca)

17 sep 2001 . Actualizado a las 07:00 h.

«Los curiosos acontecimientos que constituyen el tema de esta crónica se produjeron en el año... Para la generalidad resultaron enteramente fuera de lugar...». Con estos balbuceos arranca La peste, esa célebre alegoría de Albert Camus sobre Europa. Su anunciada crónica se convierte en una introspección moral que, lejos de limitarse a una atroz descripción sintomática -labios cerúleos, párpados caídos, todo claveteado por los ganglios...-, tiene el coraje de desentrañar las raíces del desastre. En el propio organismo; no fuera. Apenas ha transcurrido una semana desde que esa versión por duplicado de nuestra Babel americana -«hagamos una torre que toque el cielo» (Gen.11, 4)- ha cegado nuestros ojos, velándolos con polvo deleznable. Velados están, creo. Porque nos limitamos a gritar la desgracia, tomando mil imágenes, como si las cámaras pudieran ver aquello que los ojos no advierten. «Apresaremos a los responsables». «El crimen no quedará impune». «Que Dios bendiga a América». Pero, ¿es que no la ha bendecido bastante? No quiero convertir estas líneas en un alegato anti-yanki; no sería de buen gusto. «América somos todos nosotros», se repite en cada rincón de Occidente. Yo también lo repito. Pero desearía que el bramido del dolor occidental no obstruyera mis tímpanos, impidiéndome percibir el alborozo de los desesperados. ¿Fanáticos? Sin duda. ¿Terroristas? Evidentemente. ¿Víctimas? También. Las pantallas de todas las cadenas de televisión encadenan imágenes repetitivas: el dantesco impacto sobre las Torres Gemelas. Se suceden las declaraciones: sabemos lo que piensa Washington, Londres, París, Berlín, incluso Moscú... Nos llegan ecos de las condolencias de muchos líderes no occidentales: de China, pero también de Egipto... no faltan siquiera los principales sospechosos de amparar al terrorismo internacional, Irán y Libia (!). Entonces, ¿dónde están los culpables? Por ahora no se sabe... Arafat se ha sumado a la condena. Pero en los territorios ocupados los niños ríen. Quisiera que alguna cámara me mostrara los rostros de las tres cuartas partes de la población mundial. No de sus líderes; sí de sus hijos. Probablemente, al menos 800 millones de personas no están sufriendo hoy por Nueva York; sufren por hambre. Acaba de publicarse el informe anual de la FAO. No se trata de un dato ajeno, inoportuno... no es una consideración macabra. Estados Unidos tiene algo que ver con todo eso. Digo yo. Y no olvido que -como acabo de apuntar- todos somos Estados Unidos. Por otra parte, casi medio centenar de países en el mundo poseen una población en su mayoría musulmana. Y la más peligrosa amenaza para sus gobiernos es, precisamente, el terrorismo. Efectivamente, todos somos Estados Unidos. ¿«El mayor ataque a la civilización de Occidente»? ¿O el purulento ganglio -vuelvo a Camus-, síntoma de la peste? La tentación: sajar, extirpar. La solución: por favor, vayamos a las raíces; por favor, ahondemos. «Derribarán nuestros edificios, pero no los fundamentos de nuestra nación». ¿De verdad creemos que estamos bien fundamentados?