El sector del arte llevaba meses en una situación calamitosa. La subida del IVA en 13 puntos había puesto contra las cuerdas a artistas, galeristas, marchantes y también a muchos coleccionistas, especialmente aficionados de nivel medio que compraban a plazos o al contado pero dentro del mercado nacional. Solo los coleccionistas de nivel alto siguieron adquiriendo obras de autores españoles, pero en otros países con un tipo impositivo mucho más bajo. La paradoja más extravagante se producía en la madrileña feria de ARCO cuando nuestras galerías tenían que competir con las alemanas o francesas, que disfrutaban de un gravamen cultural más ventajoso. Del mismo modo, las instituciones y museos se vieron forzados a disminuir la cuantía de sus compras.
Desde hace poco más de un año, la disparatada medida había colocado, pues, en caída libre a gran parte de los actores fundamentales del mercado del arte en nuestro país, arrastrando a los profesionales del sector a buscar alternativas distintas o, sencillamente, a tener que cerrar sus negocios. Sin duda, la reducción a un 10?% es una buena noticia para el mundo artístico; al menos los profesionales españoles se sentirán tratados por su gobierno en consonancia con las políticas culturales del resto de la Unión Europea. Con todo, el remedio no deja de ser un apaño mientras ni el teatro ni el cine disfruten de la prebenda. La cultura, que por cierto supone el 3,5% del PIB y genera millones de empleos, no se puede desmembrar, toda, en conjunto: es tan necesaria como la sensibilidad que le falta a algunos de nuestros políticos.