En la época de los primeros espectáculos cinematográficos, las salas donde se exhibían las películas solían contar con una orquesta, o un simple pianista, para acompañar a las imágenes calladas. Se componían arreglos para la ocasión o se echaba mano de fragmentos de oberturas, sinfonías u otras composiciones de autores consagrados. Ahora nos encontramos con el experimento inverso: Michel van der Aa estrenó en el 2011, con la estupenda Sol Gabetta, un concierto para violonchelo y filme. Su idea es que las imágenes, rodadas para la ocasión, interactúen con la música, creando una experiencia sensorial en la que la fusión de lo filmado y los sonidos provoquen en el espectador la idea de asistir a una experiencia novedosa. La música, por su carácter abstracto, no necesita de ningún elemento externo que la potencie. Lo que se aprecia es sobre todo la intención de utilizar la seductora imagen como medio de sumar interés a una composición del montón. Lo realmente novedoso, aquí, es que el CNDM ofrezca este ciclo en Santiago, teniendo en cuenta el desprecio que el actual Ministerio de Cultura dedica a las instituciones musicales gallegas, algo que no ocurre ni en el País Vasco ni en Cataluña, donde abundan sus inversiones.