Si el destino permitiera elegir, hubiera preferido hacer de Pereira en honor del otro gran Georges de la canción francesa, Georges Brassens. Porque siempre atrae más, aunque sea a un pobre escritor de epitafios, rendir homenaje al maestro que al discípulo, y sobre todo porque si hoy tuviéramos que llorar al rebelde provenzal lo habríamos tenido entre nosotros treinta y tantos años más, plazo suficiente para que su obra gigante hubiera seguido creciendo hasta lo inimaginable, inspirando y dando marcha a enamorados, a aventureros, a poetas y a libertarios de todo el mundo. Pero Brassens murió en el año 81 (recién cumplidos los sesenta) y es Moustaki quien deshoja ahora el crisantemo (que es la margarita de los muertos, decía G. B.), cumplidos ya los 79, edad suficiente para contemplar con serenidad la huella que dejamos en el mundo.
Fue Brassens, con Edith Piaf, quien animó al joven de origen griego a lanzarse al escenario de la canción francesa. Su buena voz de barítono, su entonación dulce, su aspecto exótico (melenas onduladas al aire, ojos acerados, tez morena), que debió encandilar a muchas jóvenes gauloises, se combinaron, para llevarlo al estrellato, con la inspiración de una canción amorosamente reivindicativa, Le métèque, con la que Moustaki ayuda a Francia a comprender las penas de los inmigrantes y compromete a Francia a acogerlo, porque el vagabundo, con su acento extraño y sus ojos soñadores, se compromete a su vez a amarla (bueno, no exactamente al país, sino a una francesita que lo representara con dignidad). Le métèque termina con una promesa radical: hacer de cada día una eternidad de amor. Era el año 68. Unos años después, Moustaki volvía a triunfar con otra canción. El mensaje es el contrario del que enviaba con su primer gran éxito. Se titula Les amours finissent un jour (los amores se acaban algún día). Hay promesas difíciles de mantener. Quizás por las dos partes: el exotismo griego de los primeros días pronto ya no sería tan exótico. Moustaki es, para la eternidad, un cantante francés. Los métèques de hoy son senegaleses o argelinos y cantan hip-hop.