El futuro no bebe del pasado

Venancio Salcines
Venancio Salcines PROFESOR DE EF BUSINESS SCHOOL

MERCADOS

Javier Milei, en Buenos Aires.
Javier Milei, en Buenos Aires. Agustin Marcarian | REUTERS

16 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

A finales del siglo XIX, y de modo paralelo en tres lugares del mundo, Inglaterra, Suiza y Austria, la escuela clásica de economía, la misma que formó a Karl Marx, explosionó. Ante la máxima de que los bienes valen en función de lo que cuestan emergió una que afirmaba que su verdadero valor reside en el aprecio subjetivo del cliente. Y este valor merma por los consumos sucesivos, y algo más, a medida que uno se mueve en esferas de más libertad y bienestar, desprecia unos bienes para elegir otros, que entiende de mayor calidad. Un indígena panameño siempre come en su tambo, choza, un ejecutivo londinense siempre lo hace fuera de su acomodado hogar. La cuestión es que es fácil predecir dónde, qué, y en qué momento comerá el indígena, pero si nos hacen esas preguntas sobre el ejecutivo londinense no sabríamos contestar. Por no saber, no sabríamos ni siquiera cuántas ingestas hace al día.

El comunismo ignora el proceso de sustitución de las necesidades económicas. Visualiza a un individuo en estático, que no crece, no madura, no cambia, uno que vive en una foto fija y, por tanto, fácil de predecir. Y, si creemos que lo entendemos, lo natural es que un ente superior, institucional, crea que puede satisfacer sus necesidades, un Estado que se empodera ante las fuerzas del capitalismo. Este razonamiento, aún dominante en la sociedad española, es propio del comunismo, pero también lo comparten aquellos que votan a partidos conservadores, porque no es ideología marxista sino estatalista. Y esta visión, el estatalismo, es algo en que coinciden personas de ámbito político diferente. Por eso, hay tan poca distancia entre las políticas económicas de partidos rivales.

La contraposición real, por tanto, no está en las soluciones del otro color político, se encuentra en la escuela neoclásica, madre del subjetivismo económico. La doctrina que afirma que todas las necesidades económicas son subjetivas y, por tanto, solo las conoce el individuo. Mientras escribo estas líneas, en la cafetería de un hotel de lujo, observo como un cliente ha decidido entrar descalzo ¿por qué? Si a él no le importa, a los demás tampoco. El individuo, y por extensión el empresario, se asemeja a alguien caminando en la oscuridad bajo la luz de una linterna. Solo puede describir el suelo que va a pisar, lo que está a unos metros, se lo imagina, por tanto, si no se puede saber, nadie se lo puede satisfacer. Bajo la luz del subjetivismo austríaco nació el anarquismo capitalista, representado, ahora mismo, por Javier Milei.

Ante las dos doctrinas, emergieron síntesis, que afirman que hasta determinados niveles de renta un número relevante de necesidades, tales como la vivienda, la sanidad o la educación, son objetivas y, por tanto, entra en lógica que el Estado asegure su gratuidad y, a partir de intervalos superiores, el subjetivismo es tan elevado que lo propio es que el consumidor, en su libertad de elección, diseñe cómo satisfacérselas. Aquí entra, por ejemplo, la afirmación de que debemos tener elección de colegio, de médico, de hospital… y de sistema.

La gran pregunta que han de hacerse los diseñadores de políticas económicas es en qué estadio se encuentra nuestra sociedad y, dada nuestra heterogeneidad económica, la pregunta más bien debe ser ¿Cuántos desean que el Estado se retire para cederle soberanía al individuo? Y ¿En qué necesidades debe hacerlo?

La respuesta a estas preguntas es siempre incomoda, porque nunca se obtiene la unanimidad. Pero lo relevante es que la España de hoy no es la de hace diez o veinte años y, por tanto, el futuro no se puede construir con fórmulas del pasado.