Ir al gimnasio, aprender inglés, ahorrar más… Los propósitos del nuevo año suelen tener una vida muy limitada y, en su mayoría, no suelen llegar más allá de febrero.
Sin embargo, está bien invertido el tiempo que dedicamos todos los años a repasar nuestros hábitos y tratar, al menos, de cambiar aquellos que creemos que pueden ayudarnos a conseguir una vida mejor. Sobre todo, aquellos propósitos que, como el ahorro, afectan a toda la familia y ayudan a estabilizar y garantizar la viabilidad financiera y la consecución de los objetivos a corto, medio y largo plazo.
Y es muy recomendable hacer ese repaso mental todos los años porque podemos encontrar diferentes fugas por las que se estén perdiendo parte de esos posibles ahorros en forma de gastos superfluos o innecesarios. Serían los conocidos como gastos hormiga, esto es, los cafés que nos tomamos en la cafetería y los menús con los compañeros de trabajo. Pero también incluirían pedir comida a domicilio, los extras en la lista de la compra, algunas salidas nocturnas y un etcétera que depende de cada persona y de su estilo de vida.
En resumen, se trata de pequeños caprichos que alegran el día a día pero que tienen un coste evidente. Se trataría, por tanto, no de eliminarlos completamente, sino de controlarlos de manera que se adapten a nuestra situación económica en cada momento, para que no tengamos que ser nosotros los que terminemos adaptándonos a la situación económica a la que hemos llegado por hacer un excesivo uso de estos gastos hormiga.
Disponibilidad
Porque, y esto debemos tenerlo claro, la fórmula del ahorro debe ser: ingresos menos ahorro igual a gastos, y no, como habitualmente se cree, ingresos menos gastos igual a ahorro. Y la explicación es bien simple: si descontamos mensualmente de nuestros ingresos el dinero que tenemos que destinar al ahorro comprometido, el monto resultante será el disponible para nuestros gastos.
Sin embargo, con una inversión adecuada en los productos más apropiados a nuestro perfil y a nuestros objetivos, le daremos al ahorro la oportunidad de trabajar para superar la pérdida de poder adquisitivo y para ayudarnos a llegar a nuestras metas.
Quizá un mes no podamos comer fuera tanto como nos gustaría, o tal vez debamos darnos de baja de alguna de las plataformas que tenemos contratadas y que apenas usamos. Esos gastos deben amoldarse a la situación económica de la familia, pero no así el ahorro, que siempre deberá estar previsto y reservado de los ingresos desde el momento del cobro, para poder alcanzar los objetivos financieros de la familia.
Porque el ahorro no solo hay que acumularlo, sino que también es necesario ponerlo a trabajar, es decir, invertirlo en función de cuándo y para qué vamos a necesitarlo. Por tanto, será nuestra planificación, realizada con el asesoramiento profesional adecuado, la que establecerá cuánto dinero reservamos para la universidad de los hijos, para cambiar el coche o para conseguir un extra para disfrutar de nuestra jubilación. Y en función de cuándo vayamos a necesitar ese dinero, podrá establecerse la herramienta más adecuada para conseguir que el ahorro vaya creciendo de forma progresiva: por ejemplo, invirtiendo en la economía mundial a través de la renta variable para objetivos de largo plazo, o recurriendo a productos de renta fija si pensamos en objetivos de corto o medio plazo.
Si estimamos que deberemos cambiar de coche en diez años, no es suficiente con ahorrar mensualmente, porque en una década habremos perdido poder adquisitivo por efecto de la inflación. Sin embargo, con una inversión adecuada en los productos apropiados, el ahorro irá generando unos beneficios que supondrán un incremento del capital hasta que consigamos el dinero suficiente para el objetivo planteado.
Propósitos
Por lo tanto, tenemos que sacar el ahorro familiar de la lista de propósitos para el nuevo año y entenderlo como un aspecto fundamental de la planificación financiera de la familia. Lo que sí podemos proponer es la reducción de esos gastos superfluos para conseguir una situación económica más holgada.
Además de los gastos hormiga, también tenemos los llamados gastos vampiro, que son los imprevistos inevitables. Se avería el coche o un electrodoméstico fundamental, o tenemos una fuga de agua y no queda más remedio que actuar para solucionarlo.
Para este tipo de situaciones estaría el colchón de emergencia que debe contemplar toda buena planificación financiera.
Pero aún quedarían los gastos fantasmas, que son aquellos que tenemos domiciliados y se pagan mensualmente. Entrarían en esta categoría las suscripciones a plataformas de streaming, gimnasios, aplicaciones y webs, extraescolares, etcétera. De vez en cuando es interesante echarles un vistazo y ver cuáles de esos servicios no se utilizan y, por tanto, son prescindibles.
Sin duda, la revisión de los gastos hormiga, vampiro y fantasma nos va a permitir ajustar la situación económica real al criterio de gasto más racional posible, aunque nunca va a suponer un cambio radical de la estructura económica principal de la familia. En este caso, el verdadero ahorro financiero será el que realmente nos ayude en la consecución de los objetivos y, en este sentido, conviene recordar que el ahorro no es lo que nos queda después de los gastos, sino que, más bien al contrario, los gastos son lo que podemos permitirnos después del ahorro.