Pros y contras de la renta básica universal: ¿Ángel o demonio?

Alberto Vaquero PROFESOR Y MIEMBRO DEL GRUPO GEN DE INVESTIGACIÓN DE LA UVIGO.

MERCADOS

27 oct 2019 . Actualizado a las 10:32 h.

Algo no funciona del todo bien en nuestro sistema público de protección social. Los tradicionales programas para combatir la desigualdad y especialmente la pobreza no mejoran la situación económica de una parte significativa de la población. Las ayudas sociales no siempre benefician más a los que lo necesitan en mayor medida. Nuestro sistema fiscal cada vez tiene un menor componente redistributivo. El diseño de las políticas económicas en relación a la redistribución de la renta y la riqueza necesita urgentemente un plan renove.

Una de las medidas que se están barajando es la creación de una renta básica universal, entendida como una cantidad que el Estado garantizaría a toda la ciudadanía. Cualquier persona, por el simple hecho de serlo, tendría derecho a cobrar esta cantidad.

Lo anterior tendría pros y contras que deben ser tenidos en cuenta en su justa medida, para no subir a los altares o demonizar esta iniciativa. Entre los argumentos a favor, el que más peso tendría sería la erradicación de la pobreza ya que, gracias a esta medida, nadie sufriría ese problema. Un segundo beneficio es que, debido a este colchón, el nivel de bienestar de la población aumentaría, al tener cubiertas sus necesidades básicas. Finalmente, en vez de existir políticas municipales, provinciales o autonómicas, que buscan la reducción de la desigualdad, desde la Administración estatal se garantizaría una misma actuación para todos los ciudadanos. Por lo tanto, se posibilitaría el mismo trato a toda la ciudadanía.

 En cuanto a los contras, la existencia de esta RBU podría incentivar un menor esfuerzo por trabajar, cayendo en la trampa de la pobreza, puesto que ahora se tiene una renta sin necesidad de hacer nada. En segundo lugar, la RBU solo es posible si se reforma el sistema fiscal español, de forma que los que más ganan o los que más tienen (que también recibirían esa RBU), aportarán significativamente más de lo que ahora lo hacen. En tercer lugar, habría que fijar correctamente este umbral, debido a la aparición de free-riders o polizones que tratarían a toda costa de beneficiarse de esta ventaja. El café para todos no siempre es lo más justo.

 En consecuencia, si se quiere plantear una RBU esto es solo posible si se aborda una reforma en profundidad de nuestro sistema fiscal. Por desgracia, parece que esto no plato de gusto para todos. Estamos viviendo una curiosa situación en la que muchos gobiernos regionales están inmersos en una carrera de competencia fiscal a la baja. Se están vendiendo las rebajas fiscales (en el tramo autonómico de IRPF) y/o la desaparición de impuestos cedidos (especialmente, el de sucesiones y donaciones y el de patrimonio) como el gran éxito de sus políticas públicas. A lo anterior hay que añadir los esfuerzos por reducir el tipo medio efectivo en el impuesto de sociedades y el tramo estatal del IRPF. Desde luego, este no parece el mejor camino para conseguir una RBU.

Termino con una frase del cooperante Vicente Ferrer, premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1998: «La pobreza no está solo para entenderla sino también para solucionarla». Si realmente queremos garantizar un nivel mínimo de bienestar a toda la población, hay que pasar de las palabras a los hechos: no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos.