El debate

Venancio Salcines
Venancio Salcines PRESIDENTE DE EF BUSINESS SCHOOL

MERCADOS

09 jun 2019 . Actualizado a las 05:05 h.

A mediados del siglo XIX debatíamos, y con gran intensidad, cómo éramos las personas. Qué nos movía, nos estimulaba, qué marcaba nuestra conducta económica. John Stuart Mill, una de las mentes más brillantes de la época, lo tenía claro, «unos dicen -indicaba-, que somos como cerdos satisfechos, es decir, hedonistas, egoístas, centrados en nuestro círculo más íntimo y otros pensamos que, si a algo nos asemejamos, es a un sabio insatisfecho». Estamos en plena búsqueda del saber, aun siendo conscientes de que esto, si a algo nos puede conducir, es a la insatisfacción. Aunque el debate no quedó resuelto, a la economía le interesó más la primera opción, el ser egoísta. La razón era muy sencilla, ese sujeto era mucho más fácil de modelizar, de matematizar. Y además esto no era lo relevante, el sujeto que fuese como él desease ser, lo realmente importante era su libertad. Estábamos en la Europa de los Imperios, Guillermo II en Prusia, Francisco José II en Austria o Victoria en el Reino Unido. Oligarquías pegadas a la aristocracia dominaban la vida económica y, si algo tienen los gobernantes absolutos, es la máxima de hacer leyes para los demás. Al fin y al cabo, ellos siempre tienen la libertad de no aplicarlas. Yo soy uno y el pueblo es otro. Y aquí la palabra pueblo solo tenía un significado, la parte de la sociedad que aspiro a dominar. En este marco fue como creció uno de los debates económicos más apasionantes de finales del siglo XIX y principios del XX, el de la libertad económica. El viejo régimen pugnaba contra el nuevo; la aristocracia se defendía ante el poder de la burguesía empresarial. El Estado frente a la clase empresarial de la segunda revolución industrial.

La España del siglo XX debería haber vivido esos mismos debates, pero la guerra civil no solo nos dividió, sino que también nos introdujo nuevos ejes, más de carácter político que económico. Franco, impulsado por la Falange, buscó en un primer momento la autarquía y, fracasado este intento, se sintió cómodo en una economía de Estado. La empresa crecía allá donde el régimen no podía o no deseaba estar, pero en todo momento sometida al régimen. La ausencia de control directo se compensó con una hiperregulación. La burocracia alcanzó su máximo poder. Aunque los ejes fueron pasando de fascismo-comunismo a progresismo-conservadurismo, lo que no mutó fue el papel del Estado. Nadie da lo que nadie le pide. Los españoles cambiábamos de gobernantes y hasta de régimen político, pero no modificábamos la estructura de su poder. Instauramos el estatalismo económico como una verdad absoluta. La crisis financiera altera este marco. ¿Por qué? Porque hoy existen millones de españoles que desean refundar este país y entienden que si mantienen el debate dentro de los ejes tradicionales, progresismo-conservadurismo, solo se conseguirá una versión actualizada de una canción anterior. ¿Cuál es, por tanto, el debate? El que tuvo que hacer España en la primera mitad del siglo XX y que por causas políticas nunca llegó a hacer, el de las libertades económicas, el del papel de la sociedad y el de sus agentes económicos.

Hoy, al igual que en la Europa de fin de régimen, toca hablar de liberalismo económico y también de estatalismo. ¿Ocurrirá? Debiera. Cinco grandes partidos en el Congreso, dos estatalistas, dos liberales y uno que vive en la ambigüedad. Ninguno con mayoría de gobierno y todos deseando hablarle a su electorado y al de al lado. Debiera.