Los males del país

Venancio Salcines
Venancio Salcines VICEPRESIDENTE DEL CLUB FINANCIERO ATLÁNTICO

MERCADOS

16 sep 2018 . Actualizado a las 05:05 h.

Los males de un país son como los de una persona. Allá por dónde va, los arrastra consigo. Son su sino. O ataca directamente a la raíz del problema o los convierte en sus alforjas. Es lo que hay. El presidente Sánchez, a diferencia de Mariano Rajoy, ha empezado a vendernos un mantra enormemente peligroso: el futuro se construye subiendo impuestos. Se levanta gastando más. No hay otro mal que la insuficiencia financiera. Recaudemos y habremos alcanzado la meta soñada. La verdad es que no sé cómo no se le ocurrió a Montoro, con lo que le gustaba al hombre ver subir la presión fiscal.

¿Y las reformas estructurales? El sistema de pensiones, el mercado de la vivienda, la crisis demográfica, la calidad del trabajo, la inmigración, la dependencia, la desertización del rural, la burocracia, el coste energético, estos y otros problemas, ¿dónde quedan? ¿Han desaparecido?

¿A expensas de nuestra recaudación fiscal? Evidentemente y, de algo más, de un proyecto de país, y a este último no le llega la tinta que aporta un billete, sea de cien, de quinientos, o de diez mil millones de euros. Pensemos antes de gastar, porque el gasto sin pensamiento es derroche y ese acto ha de ser tan privativo que solo se le debe permitir a la persona, nunca al Estado.

Es posible que Sánchez les haya dicho a sus ministros que hablasen, que hay que dar imagen de actividad, de que somos hiperactivos y, si así lo ha hecho, se ha equivocado. Hacienda y Economía han de ser las últimas palabras, nunca las primeras. El liderazgo lo deben llevar Sanidad, Educación, Ciencia, Fomento, Trabajo, Administraciones Públicas y después, con el discurso cerrado, toca, si así opina la mayoría, hacer frente a la factura de las reformas.

En todo caso, y esto es lo preocupante, no todas las reformas estructurales requieren de un elevado respaldo económico. ¿Ejemplos? La reforma administrativa, una que, por un lado, reduzca administraciones y, por otro, elimine cargas burocráticas. ¿Más ejemplos? Otra política migratoria. Un simple dato. Comentaba hace unas semanas, en esta misma columna, la necesidad de abrir centros de educación superior en África, como lleva décadas haciendo el Reino Unido o Francia, y, de este modo, podremos captar talento para algunos de nuestros sectores productivos. En una línea similar se manifestaba Borrell hace unos días, al defender una especie de Erasmus africano. ¿Coste? Cero. La iniciativa privada española, si contase con el apoyo de Educación, lo podría defender en solitario. En todo caso, es un mero ejemplo, la idea fuerza es que debemos de inspirarnos en Australia o Canadá y convertirnos en centros de acogida de talento internacional y no en la playa en la que hacen negocio las mafias internacionales de trata. ¿Otros proyectos? La crisis demográfica, a través de la discriminación fiscal positiva y la colaboración público privada, puede suavizar su dureza. En esta línea, tengo serias esperanzas en que proyectos que están en las mesas de las consellerías de Medio Rural y Economía puedan llegar a ser referentes internacionales. ¿Quiere que siga? La política de vivienda y el mercado de alquiler. Favorézcase la promoción privada y protéjase al propietario y, en pocos años, se abaratará el arrendamiento urbano. ¿Algo más? La educación superior tiene que ser un espacio abierto, ágil y disruptivo y, algo más, no ha de volver a ser un coto cerrado del sistema universitario. ¿Están faltos de ideas? Visiten el modelo educativo británico o el norteamericano, hace décadas que lo tienen claro. Y la verdad es que también lo tienen claro en España. El problema real no es otro que a nadie le interesa un conflicto político con la universidad. Por eso, por favor, diagnostiquen bien al enfermo, que con alcohol nos emborrachamos, pero no nos curamos.