ierto día Rutger Hauer estuvo aquí en el alto, se asomó a mi ventana y sus ojos acerados de frío replicante no volvieron a cerrarse. Se lo contó tiempo después a Ford, Harrison Ford, antes de desconectarse: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Naves de ataque en llamas más allá de Orión. Rayos X brillar cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”. Y entonces sí, sus ojos se cerraron y su marmoleo rostro, inmóvil, bañado en lluvia ácida, quedó grabado entre las imágenes cinematográficas más icónicas de la historia.
En mi ventana aquí en el alto he visto todo eso y más. Cosas que ni Rutger Hauer vio. Cosas más allá de las estrellas, de las profundidades del Universo o del vacío cósmico a 46 mil millones de años luz de un minúsculo lugar llamado Tierra. Llevo varios años transcribiendo para ustedes lo que veo, confesando lo que siento, exprimiéndome por dentro y en ningún momento les puse al tanto de dónde se ubicaba mi ventana. Les contaré un secreto: mi ventana aquí en el alto no se ubica precisamente en la fachada o en el tejado de una casa…, está en el corazón. Y mucho de lo que veo, de lo que cuento, sale de algún lugar del músculo cardíaco equidistante entre lo emotivo y la imaginación. Desde la ventana del corazón todo eso puede verse y más; al fin y al cabo nadie ha demostrado que es mentira lo irreal. ¿Qué es mentira y qué es verdad? ¿Sólo es posible lo tangible, aquello que tenemos a dos palmos del apéndice nasal?... Por dentro somos inmensos, por fuera solo lágrimas en la lluvia entre esa gran inmensidad.