La ruta del colesterol, por el garaje

LUGO

Paseo fluvial del Miño vacío.
Paseo fluvial del Miño vacío. OSCAR CELA

Sin posibilidad de salir a caminar, son muchos los lucenses que caminan por los espacios interiores de sus edificios

29 abr 2020 . Actualizado a las 12:28 h.

Desde que se jubiló, Rosa se echó a andar. Al principio eran paseos contemplativos, pero en vista de lo bien que reaccionaba su cuerpo al ejercicio, en unos meses ya recorría ocho kilómetros. Tiene 67 años y pasa el confinamiento en un piso de 100 metros cuadrados lleno de puertas, alfombras y sillas que lo hacen acogedor, pero inapropiado para recorrer largas distancias. Empezó a subir y bajar escaleras. Nueve pisos, con el garaje y los rochos. Descubrir esos espacios vacíos la llevó a reconvertirlos en su nueva «ruta del colesterol». Y no es la única.

La primera opción de Rosa fue caminar por la terraza que el edificio tiene a sus espaldas y que cubre el garaje en buena parte. Está al aire libre y mide unos veinte metros de largo. Al poco de establecer una rutina de paseo mañana y tarde, un vecino avisó a la Policía y un agente le gritó desde la calle más próxima que regresara a casa.

El uso de zonas comunes para hacer ejercicio está prohibido durante el estado de alarma. Por eso esta lucense pide guardar su anonimato tras un nombre falso. Lo que hace conlleva una sanción leve de entre 100 y 600 euros.

«Yo veo que los señores del primero también caminan en una terraza pequeña que tienen, no veo la diferencia», señala Rosa, que sin darse cuenta pasó a engrosar la lista de lucenses que recurren a zonas comunes para hacer ejercicio.

Mil escalones 

«Subo mil escalones en cuatro tandas, de 250 cada una», explica otra vecina de Lugo que tampoco quiere ser identificada. En su caso, también considera que es una cuestión de salud y no de ocio. Sus cuidadores tras un grave accidente de coche le recomendaron una actividad física frecuente para rehabilitar la musculatura y nunca hasta ahora se había visto obligada a prescindir de sus sesiones de ejercicio.

Ese es el vacío al que apelan para defenderse los que antes unían el paseo del Rato con el del Miño hasta el Balneario, los que bajaban desde el centro hasta el puente viejo para llegar a Ombreiro, los que desde Fingoi caminaban hasta Frigsa o los que circundaban una y otra vez la Muralla. Llevan seis semanas recluidos en moles de hormigón de entre cuatro y siete pisos. Respetan el confinamiento, pero tratan de acomodarlo a sus necesidades.

Dos tandas diarias

«Eu subo e baixo as escaleiras tres veces pola mañá e outras tres pola tarde e logo camiño unha hora e pico polo garaxe» reconoce Manuel con la boca pequeña. No quiere que nadie sepa que lo hace porque, de alguna manera, siente que no cumple del todo con las restricciones que obligan a respetar las zonas comunes de los edificios. Jubilado y asiduo al paseo del Miño, asegura que caminaba unos nueve kilómetros diarios.

Esa es más o menos la distancia que Rosa recorre cada día por el garaje de su edificio. Podría calcularlo por el perímetro de la planta, pero se lo dice su teléfono móvil, que cuenta los miles de pasos que da. «Hubo un día que hice 11 kilómetros», reconoce. En su caso, hacía solo unos meses que comenzara con una dieta estricta y el confinamiento amenazaba con echar mucho trabajo anterior por la borda: «Si no salgo a caminar, asalto la nevera». Puede que ya quede muy poco para que todas estas hormigas silenciosas regresen a su «ruta del colesterol» al aire libre.