«Rozas estuvo a la venta en dos ocasiones»

Dolores Cela Castro
dolores cela LUGO / LA VOZ

LUGO

ALBERTO LÓPEZ

Abelleira rememora las décadas que lleva vinculado al aeródromo y las gestiones para mantenerlo activo

05 jul 2017 . Actualizado a las 21:42 h.

El presidente del Aeroclub de Lugo, Luis Abelleira Mayor, (Lugo 1948), recibirá esta mañana en el Ministerio de Defensa la Cruz del Mérito Aeronáutico con distintivo blanco. Empezó a volar a los 15 años con su padre y con su tío, de los que heredó su pasión por los aviones. Desde 1985 en que llegó a la presidencia del club su empeño ha sido mantener las instalaciones en uso. Lo consiguió mediante un convenio con el INTA, que puso en marcha el CIAR en Rozas. Después llegaría el proyecto de la Xunta.

-¿Cuándo empezó su relación con Rozas?

-Empecé a ir a Rozas con 15 años, con mi padre y con mi tío Pepe. El aeródromo estaba prácticamente abandonado. Quedaban algunos soldados haciendo la mili y el hangar, que estaba sin uso. Dentro había un avión antiguo, que me impresionó. Empecé barriendo y suministrando gasolina con manivela y subiendo y bajando la puerta cuando llegaba una aeronave. Comencé a volar con mi padre y con mi tío, que fueron los primeros que sacaron el título de piloto en Lugo con Ángel Campoy de instructor.

-¿Recuerda su primer vuelo?

-Fue con mi tío Pepe Abelleira. Me llevó a sobrevolar Lugo. Fue la primera vez que vi la muralla desde el aire. Tenía 15 años y me dejó manejar la palanca. En aquellos años los pilotos eran vacas sagradas y que me permitiera accionar los mandos, me marcó.

-¿Cuándo pilotó por primera vez?

-A los 17 años. En una Bücker del Aeroclub, cedida por el Ministerio de Defensa, que por entonces todavía se llamaba Ministerio de la Guerra. No tenía todavía la licencia, pero ya estaba para examinar. Ya me había hecho el reconocimiento médico con Gerardo Fernández Albor, que era el único médico aeronáutico de Galicia. No pude sacar el título hasta cuatro años más tarde porque mi tío Pepe tuvo un accidente con el avión, en el que se mató. Mi madre nos obligó a dejar de volar a mi padre y a mí. En esos cuatro años cambié los aviones por los coches. Se constituyó la Escudería Miño. Fueron unos años en los que me dediqué a competir con Piño Trigo, Genaro Saavedra y con Alfonso Lamas.

-¿Cuándo volvió a Rozas?

-En el año 1972, cuando los ánimos familiares estaban más calmados. Ya no hacía los reconocimientos Fernández Albor. Había que ir a Madrid, al Hospital General del Aire. A partir de ese momento compartí vuelos con pruebas de automoción. Cuando me saqué la licencia, el objetivo era ser piloto comercial. No hice grandes cosas con ella, salvo ser instructor del Aeroclub. En esos años empezaron a nacer mis hijos y tuve que asumir responsabilidades familiares.

-¿Cómo llegó a la directiva?

-Dimos un golpe de estado en el Aeroclub. Los estatutos marcaban que el 51% de los socios podían sacar adelante el orden del día de una asamblea. Había más de 3.000 socios y 300 que pagaban. La cuota era tan pequeña que no se cubrían gastos. Convocamos la reunión para el 31 de julio, a las ocho de la tarde. Ganamos y a partir de ahí empezamos a tener los primeros problemas con Rozas.

-¿Qué tipo de problemas?

-Estaba todo a monte. No había pistas. Hubo que hacer gestiones para tener una pista en condiciones. Ya teníamos edificio terminal y conseguimos, con la intervención de Cacharro, que la Diputación pusiera el 40% de 100 millones de pesetas que costó asfaltar la pista. En aquellos años era director general el viveirense Francisco Cal Pardo, que hoy preside la Asociación Nacional de Drones. A partir de ahí el Aeroclub empezó a comprar aviones y creamos una escuela. Se generó cultura aeronáutica. Hoy tenemos la escuela deportiva con más aviones de Galicia y eso, en una ciudad como Lugo, no deja de demostrar la afición al vuelo.

-¿Cómo fueron los comienzos?

-Se hizo una limpieza del censo para poder saber dónde estábamos. Quedaron 400. El motivo de que hubiera antes más de 3.000 no era otro que permitir que Ramiro Rueda, que era el motor y quien se movía en Madrid por los ministerios, estuviera respaldado. Se nos entregaron en precario las instalaciones. Después de eso, el campo de Rozas estuvo a la venta en dos ocasiones, en tiempos de Aznar y de Zapatero. Fue por motivos económicos, igual que se vendieron los terrenos del actual polígono de As Gándaras o el cuartal de San Fernando. Tuvimos que hacer gestiones para que los 3,6 millones de metros no acabaran en manos de una compañía grande y nos diera opción a esperar a que el campo tuviera otra utilidad.

«El proyecto de desguace fue una huida hacia adelante»

Abelleira recuerda que los primeros contactos con el INTA no fueron muy satisfactorios.

-La primera visita de Bartolomé Marqués, el subdirector de Experimentación, no fue muy positiva. No lo tenía claro. Tuvimos suerte porque, en un viaje a Alemania, en un área de certificación como es ahora Rozas, vio muchas avionetas y preguntó para qué las necesitaban. La directora le respondió que no eran suyas, sino que compartían el campo. A partir de ahí retomó Rozas.

-¿Por qué fracasaron los vuelos de tercer nivel y el desguace?

-Todos los inventos de antes, como los vuelos de tercer nivel, el desguace de aviones eran para intentar consolidar el Aeroclub en Rozas. Cuando defendía los vuelos de tercer nivel se me revolvían las tripas. Personalmente creo que en Galicia habría que cerrar los aeropuertos de Vigo y de A Coruña y promocionar Santiago. En cuanto al proyecto del desguace, en ningún momento se entendió la idea, que era hacer el gran centro de final de vida de los aviones en Europa. En Estados Unidos tienen uno. Se había hecho la propuesta porque en la Unión Europea teníamos a José Borrell y como ministro de Fomento a José Blanco, que lo vio con mucho interés. En realidad fueron huidas hacia delante para evitar que se vendiera el campo.

«De la iniciativa de la Xunta solo cabe esperar que Indra empiece a trabajar»

Abelleira está muy orgulloso de la distinción que recibirá hoy en el Ministerio de Defensa por su trayectoria para promocionar la aeronáutica en Lugo.

-¿Qué opina de los proyectos que están surgiendo al amparo de Rozas?

-Respecto de eso quiero aclarar que mi opinión es puramente personal. El proyecto del INTA es muy importante para Lugo. Hemos conseguido un espacio reservado para pruebas con drones y para las certificaciones de vehículos no tripulados, que necesariamente van a tener que pasar por el CIAR. Con respecto al desarrollo del otro proyecto, el de la Xunta, solo cabe esperar que Indra o cualquier otra de su mismo nivel, resuelva venir a Lugo y empezar. El director del Indra aclaró en Rozas públicamente que si no hacen un mínimo de diez aviones al año se irán.

-¿Está satisfecho de lo conseguido?

-La aeronáutica es mi pasión. Fue una afición. Ni como instructor cobré un euro. Lo que me importa y de lo que estoy realmente satisfecho es de que el Aeroclub siga ahí y me sobreviva.

-¿Consiguió transmitirle su pasión a sus hijos?

-A mis hijos sí. Mi hija empezó, pero le faltó constancia y no acabó. Mis dos hijos tienen título de piloto privado y vuelan habitualmente. Ahora van a examinarse para obtener el título de helicóptero. El mayor, Luis, es el que lleva la escuela de drones y el taller de actividades aeronáuticas. En ese momento tiene prestigio a nivel nacional en mecánica de aviones. En lo que respecta a la escuela es un bum, que tendrá una ralentización en su momento. Hoy tenemos delegaciones con otro club en Madrid y en Sevilla. Lo que no se saturará es el mantenimiento de aviones.

-¿Generó escuela Rozas para otros socios?

-Reconozco que Rozas ha sido un sitio importante para criar, no solo a mis hijos, sino a los de otros socios. Era un lugar de libertad controlada. Algunos utilizaron más las piscinas, la cancha de tenis o el voleiplaya. Otros, como los míos y los de Asorey, se decantaron por la aviación. Uno de los de Asorey que es comandante en Air Europa empezó a volar en Rozas.