«Sobrevivín soa perfectamente en Curuxedo os doce días dunha nevada»

Benigno Lázare LUGO/LA VOZ.

LUGO

Esta naviega de carácter decidido convirtió su trabajo en una prolongación de su voluntario apostolado social

20 nov 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Mari Fe es una superviviente nata que está en las antípodas del protagonista de un programa de supervivencia de cartón piedra que echan por un canal de documentales. También está lejos de los héroes mediáticos y patrioteros que nos intentan vender un día sí y otro también. Si acaso recuerda a heroína de historieta clásica, de aquellas que actuaban por un impulso vital y en el anonimato.

Con siete años, camino de Navia de Suarna a O Valadouro, perdió el autocar en el transbordo en Lugo. Como no se podía comunicar con sus padres, decidió pernoctar en la estación de autobuses y al día siguiente continuó el viaje. A los 12 permaneció cerca de dos semanas aislada por la nieve en una aldea naviega, con 14 o 15 vacas, unas cuantas gallinas, algunos animales más y con los silencios radiofónicos del Loco de la Colina como única compañía. Tanto en horario laboral, con el Grumir, como en cualquier otro momento del día o de la noche, con los voluntarios de Protección Civil, pocos sucesos ocurren en la comarca a los que ella no acuda para dar fe de su determinación y disposición a ayudar.

«Cando tiña uns 12 anos, un día fun a Curuxedo, o pobo de meus avós que xa daquela estaba deshabitado, porque meu pai tiña gando alí e ás veces tocábame ir vixialo. Nesa ocasión tiven que ir ver unhas vacas que estaban a punto de parir. Cando cheguei, unha xa estaba parindo; metina dentro e axudeille e todo saíu ben». La niña había visto más partos y cuando asomaron las patas del ternero, las ató con una cuerda y tiró hasta que salió.

Ese día, en otra casa deshabitada estaba un vecino del lugar de Os Olmos que también había acudido a atender ganado. Como todo indicaba que iba a nevar pronto, el hombre decidió ir a su aldea a buscar víveres, pero la nevada se anticipó y ni le dio tiempo de regresar a él, ni a Mari Fe a marcharse. Aunque ahora los fines de semana y en verano va alguna familia, Curuxedo todavía hoy sigue sin tener luz eléctrica y por entonces el único acceso era un camino apto solamente para tractores pequeños. «Sobrevivín soa perfectamente en Curuxedo os doce días da nevada porque na casa había algúns víveres e outros íaos conseguindo».

Solamente tenía una hogaza de pan, que fue racionando y que en la etapa final tuvo que compartir con el moho. «Pero na casa había patacas, as pitas poñían ovos, as vacas daban leite e ata matei e cociñei unha galiña». Asegura que no tuvo tiempo para aburrirse porque estuvo muy ocupada en dar de comer a las vacas y al resto de los animales y llevarlas a beber a la fuente, hasta la que tuvo que habilitar un paso en la nieve. «como non sabía que era o medo, non tiña problemas coa soidade, e incluso aprendín que é unha sensación que engancha». Por la noche escuchaba en un transistor el programa del Loco de la Colina, y al día siguiente vuelta a empezar la retahíla de labores en la casa de su familia y en las cuadras de la del vecino ausente.

En su aldea natal, Quintá de Moia, aquellos días resultaron más largos para sus padres que para ella. «Miña nai estaba preocupadísima, e meu pai seguro que tamén pero para tranquilizala dicíalle que non se preocupase, que si sobrevivían os corzos, eu tamén o conseguiría». Fue una experiencia inolvidable de la que ahora se resiste a hablar, aunque una vez iniciado el relato, se apasiona. «Foi unha experiencia que daquela chamou a atención á xente, pero eu estiven alí xenial».

Desde muy niña se acostumbró a caminar de noche o desplazarse a caballo entre pueblos. Su abuelo decía que cada uno tiene el miedo que quiere, por eso ella decidió prescindir de esa sensación. «Antes xa nos adestraban para non ter medo, pero agora ningún neno vai de noite».

Mari Fe también reconoce que siempre tuvo un carácter rebelde. Cuando había algún fregado en la escuela o entre los niños de Quintá, ella siempre estaba metida. Por eso cuando había que buscar culpables siempre le tocaba el premio, aunque en esa ocasión no hubiese comprado el boleto.

Aprendió a tomar precauciones y cuando, con motivo o sin él, apreciaba tormenta en su casa, desaparecía y se escondía en el hórreo o en cualquier otro sitio en el que pudiese pasar la noche, si era necesario. Por eso pernoctar en la estación de autobuses de Lugo, camino de O Valadouro, no le supuso ningún trauma ni novedad, si acaso, un hospedaje con una decoración diferente. Los padres habían decidido mandar a tres de sus cuatro hijas a un internado del municipio mariñán para evitar que tuviesen que caminar de noche los cuatro kilómetros que separan los núcleos de Quintá y Moia, donde estaba la escuela.

Con 18 años se marchó a Zaragoza con la intención de estudiar Veterinaria, pero un accidente de su padre, que lo mantuvo muchas semanas en A Coruña acompañado por la madre, la obligó a ella a regresar y hacerse cargo de la casa, como hija mayor. Además de organizar el día a día, decidía sobre asuntos como la venta de un ternero o de los jamones. «Non tiña experiencia pero saín adiante, porque hai que afrontar as cousas como veñen, e agora ás veces penso que protexemos demasiado aos fillos».