Los cavernícolas

José Ramón Ónega

LUGO

16 ene 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Los arqueólogos venga buscar los restos de neandertales y cromañones, desaparecidos, y resulta que están aquí. No hace falta descubrirlos en las cuevas ni en las cavernas porque viven entre nosotros. O por mejor decir, nunca se fueron del todo. Andan sueltos y libres y de vez en cuando se escucha su grito de guerra, su berrido de selva y páramo. No hace falta, por tanto, indagar sus costumbres ni explorar sus instintos. Incluso pueda que gasten corbata y vaquero y se afeiten las barbas los domingos.

El 29 de septiembre de 2008, aunque la fecha es lo de menos, un individuo de estos de la prehistoria, sacó a la fuerza por los pelos a su compañera sentimental del interior de un coche y, seguidamente, la arrastró hasta el portal de su casa. El hecho tuvo lugar en las inmediaciones del Carril das Hortas, donde San Froilán dio los primeros vagidos de niño antes de irse a evangelizar a los de León. La escena, por bárbara e insólita, contiene los ingredientes de los Picapiedra y ya le gustaría grabarla a Felipe Arias que estudió el castro de Viladonga, aunque los celtas, comparado, eran la cumbre de la civilización.

Este ejemplar evolucionado de neandertal o cromañón volvió atrás en la escala genética. El tío, desparrame cañí, estupefaciente y macho, confundió la caverna con los dibujos de Mingote, que tiene presentado al cavernario arrastrando de los pelos a la mujer con una mano y en la otra la cachiporra. Pero es normal. Por lo que se adivina no hemos avanzado tanto en lo social.

El largo oficio de vivir presenta estos shows que prueban que la evolución es una quimera, una trinchera de fango, una muestra de surrealismo. El personal anda con las mismas formas de hace diez mil años y hace de la violencia una artesanía.