La sociología de toda iglesia

La Voz

LUGO

FOTOS: CORRAL

Rúa da Raíña

16 jul 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

Pensaba comenzar esta crónica diciendo que ayer fue un día religioso, pero se da mucho a la rima fácil con uno de los primeros éxitos de Enrique Iglesias, aquel que decía lo de «es una experiencia religiosa...». Así que empezaré de otro modo; esto es, explicando que ayer decidí recorrer las iglesias de la ciudad, aprovechando que el día no acompañaba para mucho más. Hay a quien este tipo de visitas turísticas no le gustan, pero yo creo que se aprende mucho de la ciudad en la que te encuentres sólo con ver sus iglesias. Si están revestidas de ricos altares puedes deducir varias cosas de su historia. Por ejemplo, cuán rica ha sido, o cuántas veces ha padecido saqueos, o cómo se ha gestionado el patrimonio. En fin, un largo etcétera absolutamente subjetivo, pero con cierta lógica. Aplicando estas teorías, y una vez vistas sus principales iglesias, pienso que Lugo no ha sido una ciudad tradicionalmente rica, aunque puede que sí saqueada porque los edificios son tan sencillos por dentro como por fuera. Comencé la ruta en la Plaza de Ferrol, en la parroquia de San Froilán, porque ya que es el patrón... Al llegar, lo primero que me llamó la atención fue el suelo. Frente a la tradicional madera, o a la suntuosidad de la piedra y el mármol, aquí hay baldosas normales y corrientes. Todo esto hace juego con el resto del diseño: paredes casi desnudas, altar y confesionarios de lo más sencillo... También es verdad que no pude acercarme mucho porque acababa de empezar una misa y siempre me ha parecido un poco mal estar deambulando por las iglesias sin ton ni son cuando hay misa. Así que continué por la Rúa San Marcos, Santo Domingo y Raíña, donde entré en la parroquia de Santiago A Nova. También me pareció sencilla, pero se atisban en ella rasgos de una antigua riqueza. De entrada, la piedra de sus muros, perfecta sillería, y una mezcla de estilos, frontón neoclásico en la parte de Raíña y en San Pedro, puerta de aire barroco. Para salir de dudas, le pregunté a un paisano que hacía las veces de vigilante. «Huy, yo no sé qué estilo es este, sólo sé que lleva aquí moitísimos años...». Se quedó un rato callado para continuar con un «bueno, cuando los franceses ya estaba, que nos la dejaron bien limpia...». Una vez en el interior, y consultando más tranquilamente mi guía, comprobé las acusaciones del hombre (en este tipo de casos, siempre se culpa a los franceses, así, en genérico, aunque no fueran ellos los responsables) y no sólo eran ciertas, sino que a esta iglesia, también le había tocado una de las desamortizaciones del XVIII. Como no había nadie, pude estar un buen rato y siempre bajo la atenta mirada del paisano de la puerta. A continuación volví sobre mis pasos hacia el Museo Provincial, donde sólo pude ver la iglesia de San Pedro, ya que la capilla contigua, sólo abre los fines de semana. He de decir que fue la que más me gustó, a pesar de haber sido la única en la que me reprendieron, primero por mi atuendo (en ese momento, iba en tirantes, aunque anchos); y después, por sacar fotos sin permiso del cura. En las dos ocasiones fue la misma mujer quien me llamó la atención, bastante ofendida. Volviendo a la iglesia, me gustaron mucho las vidrieras de la nave central y los dos rosetones porque aportan una luz singular. Consciente de la mirada escrutadora que me perseguía, y a pesar de ella, recorrí la iglesia y me pareció, de todas las vistas, la más próxima a la religiosidad castellana, con los sepulcros circundando los absidiolos, el suelo de piedra, los confesionarios muy trabajados... Observando todo el conjunto, me pareció que iba a juego con la ciudad, con ese aire de estar a medio terminar. Salí hacia San Roque, pero a mitad de camino, la lluvia me quitó las ganas, así que finalicé así mi ruta de iglesias. Las que están fuera de las murallas, para otro día.