Así afectó a Monforte la gripe de 1918

Rosendo Bugarín
ROSENDO BUGARÍN MONFORTE

LEMOS

Una antigua vista aérea del conjunto monumental de San Vicente do Pino. En 1918, Monforte solo contaba con un hospital, instalado en el edificio del convento benedictino, que era financiado por el Ayuntamiento y atendido por una congregación de monjas
Una antigua vista aérea del conjunto monumental de San Vicente do Pino. En 1918, Monforte solo contaba con un hospital, instalado en el edificio del convento benedictino, que era financiado por el Ayuntamiento y atendido por una congregación de monjas CEDIDA

La epidemia causó oficialmente 86 muertes, pero la cifra real de víctimas pudo ser mayor

17 oct 2020 . Actualizado a las 17:20 h.

La gripe de 1918, mal llamada gripe española, fue uno de los peores desastres que asolaron a la humanidad. No se sabe con exactitud cuál fue el impacto de la pandemia, pero se calcula que pudo enfermar el 50% de la población mundial, causando entre cincuenta y cien millones de muertes. La catástrofe tuvo lugar en tres oleadas. La primera, de carácter benigno, fue en primavera; la segunda, que produjo la mayor parte de las muertes, en otoño, y la tercera, en la primavera del año siguiente.

La pandemia llegó a la Península a través del intenso tráfico ferroviario de inmigrantes portugueses y españoles procedentes de Francia. Se considera que los primeros infectados en Galicia aparecieron en A Coruña, pero es posible que hubiera casos previos en Monforte por su condición de nudo ferroviario. De hecho, el primer fallecimiento en A Coruña se produjo el 19 de septiembre, mientras que en la ciudad del Cabe ya se habían documentado siete muertes como consecuencia de gripe durante la primavera y el verano. Fue, en concreto, el 3 de junio cuando aconteció el primer deceso en la ciudad. Se trataba de una labradora de 70 años que se llamaba Benita Martínez Martínez.

En aquella época no existía el Ministerio de Sanidad, de ahí que el control de la epidemia fuera llevado a cabo por los gobernadores civiles en coordinación con las autoridades locales. En Lugo, este cargo lo ostentaba Enrique Alberola, que a través del Boletín Oficial de la Provincia ordenó diversas medidas de higiene y aislamiento, como cerrar las escuelas o suspender de actividades multitudinarias.

El municipio de Monforte en aquella época tenía algo más de 14.000 habitantes, una cifra considerable, ya que hay que tener en cuenta que la ciudad de Lugo tenía 27.000 y el total de la provincia se situaba en torno al medio millón. Su alcalde, recién nombrado en enero de dicho año, era Emiliano Pérez Pérez.

La corporación municipal se congregaba en sesiones ordinarias con una periodicidad semanal, si bien muchas de estas reuniones no se llegaban a celebrar por falta de cuórum. Los principales asuntos que se debatían eran de índole económica, como la fijación de tasas para el comercio de ganado y cereales en las ferias, o actividades relacionadas con el reclutamiento de muchachos para combatir en la guerra del Rif, declarando prófugos a los que no se presentaban a filas.

Además, había un gran interés en mejorar el número de efectivos del ejército en la comarca. La corporación municipal, en la sesión del 23 de febrero del año siguiente, se congratuló de que se hubiera dotado a la ciudad con un destacamento de dos compañías de infantería con guarnición fija y permanente. La milicia fue uno de los colectivos más afectados en la crisis sanitaria, probablemente por el hacinamiento de los cuarteles y la juventud de los soldados.

Índices de mortalidad

Es difícil establecer el número de óbitos que produjo la epidemia, ya que la terminología en las actas de defunción del registro civil no siempre es precisa. Se puede decir que oficialmente en Monforte fallecieron a causa de la gripe de 1918 un total de 86 personas, de las cuales siete acontecieron en la primera oleada, 63 en la segunda y dieciséis en la tercera. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en ese mismo período los médicos atribuyeron a una bronconeumonía la causa de otros 93 decesos. Muchas de estas afecciones, con toda probabilidad, fueron bronconeumonías gripales.

En la ciudad el impacto de la pandemia en los tres últimos meses del año -lo que se corresponde con la segunda oleada- supuso como mínimo un 43% de la mortalidad. El 56% de los fallecidos era del sexo femenino con predominio de las personas jóvenes. La edad media de los muertos fue de 25 años, siendo el 37% de edad pediátrica. Durante dicho período falleció de gripe un niño cada tres días. En algunas familias hubo auténticos dramas. Así, por ejemplo, entre el 21 y el 28 de octubre a Eulogio Pérez y Pilar Gato les fallecieron sus tres hijas Pilar, Clementina y Laura, todas ellas menores de 5 años.

Noviembre fue el mes en el que se registraron más fallecimientos

A medida que iban pasando los días, la epidemia se fue agravando en Monforte. El mes más álgido, con más de un fallecimiento por gripe diario, fue noviembre. La mayor parte de los adultos que fenecían eran labradores, pero también murieron ferroviarios, empleados, comerciantes, maestros y el alguacil Antonio Biezma Cruz. Los curas visitaban a menudo a los enfermos, por lo que con frecuencia se contagiaban. El 9 de noviembre fallece Antonio Lamelo, sacerdote de Chavaga, y más tarde, el 24 de abril, Alejandro Somoza, párroco de San Cosme de Fiolleda.

En muchas ciudades se establecieron estaciones sanitarias para cuarentenas y desinfección. En Monforte también fue así. Para su instalación, el 12 de octubre viajó a la ciudad el gobernador civil acompañado del señor Domínguez, inspector provincial de Sanidad. Para el servicio de dicha prestación se ofrecieron voluntarios todos los médicos de la ciudad.

Las actas municipales no reflejan hechos relacionados con la pandemia hasta el último trimestre del año. Además, cabe destacar como anécdota que, a principios de 1919, a propuesta de los médicos locales, la corporación acordó por unanimidad nombrar hijo predilecto al eminente cirujano gloria de la ciencia española, doctor don José Goyanes Capdevila, nacido en la ciudad. Asimismo, se decidió que el Cantón de Bailén llevara el nombre de plaza del Doctor Goyanes, tributando de este modo justo y merecido homenaje a tan esclarecido monfortino, cuya placa sería de mármol con letras en relieve.

Solo un precario hospital para hacer frente al desastre

Cuando se produjo la gran epidemia de gripe, a la mayor parte de los enfermos se les atendía en sus domicilios. Hay que tener en cuenta que por entonces aún no existía la Seguridad Social tal como la conocemos en la actualidad. En las villas y ciudades existían pequeños hospitales de beneficencia, subvencionados por las arcas municipales, si bien la atención nosocomial -la que se ofrece en los hospitales- era muy precaria y la oferta muy escasa. El hospital municipal de Monforte, en el año 1918, se ubicaba en el convento de San Vicente do Pino y estaba regentado por las Hermanitas de los Desamparados. La directora del centro era la superiora de esta orden religiosa.

Las actas municipales de la época recogen detalladamente el coste de las estancias hospitalarias, que solían oscilar entre trescientas y cuatrocientas pesetas al mes. El trabajo en el hospital era muy duro. Entre otras cosas, las monjas tenían que bajar varias veces por semana para lavar las ropas a las orillas del Cabe y volver a subirlas una vez secas. La mayor parte de los pacientes ingresados en el hospital municipal eran personas pobres, sin recursos, y también con frecuencia ingresaban reclutas del ejército.

El Ayuntamiento de Monforte se encargaba además de pagar los costes de los medicamentos que se administraban a los ingresados. En aquel momento los aportaba la farmacia de Pedro Pontón Fernández, cuyo importe se situaba alrededor de las 250 pesetas anuales. Por otra parte, la botica del licenciado Atilano Areses, durante 1918, suministró por un total de 95 pesetas los medicamentos que los médicos prescribieron a los pobres. También existía un presupuesto para la atención de los soldados enfermos.

Médicos sobrecargados

Durante la segunda oleada la sobrecarga profesional de los médicos fue extraordinaria. Lógicamente, formaban parte de uno de los grupos de más riesgo de contagio, ya que se pasaban la jornada visitando a los infectados. Con frecuencia enfermaban y algunos de ellos fallecían. En Monforte, el día 4 de noviembre deja de existir como consecuencia de la gripe el joven médico -de tan solo 25 años- Enrique Braña Rodríguez, que residía en la calle Doctor Teijeiro. Unos días después la prensa local elogiaba la labor humanitaria de los estudiantes de medicina monfortinos, pues prestaban voluntariamente sus servicios para ayudar a la labor abrumadora de los facultativos.

La ineficacia de las diversas medidas terapéuticas ensayadas hizo que cundiera el desánimo y se recurriera a la fe. Se organizaron manifestaciones religiosas implorando el cese del castigo divino, Así, por ejemplo, en la iglesia de San Vicente do Pino un grupo de mujeres organizó un solemne triduo a la Virgen de Montserrat, patrona de la ciudad, impetrando su auxilio para la terminación de la epidemia. A estos actos religiosos acudieron numerosos fieles.

Ayuda a las familias de los fallecidos

Durante la epidemia, en prácticamente todas las villas y ciudades se pusieron en marcha iniciativas de carácter solidario que tenían el objetivo de ayudar a los familiares de los fallecidos que quedaban en situación precaria. En Monforte se constituyó una comisión de jóvenes, que fue presidida por José Fernández Arias, con el fin de recaudar fondos para los pobres afectados por la epidemia.

A pesar de hallarse en una situación económica angustiosa, la corporación municipal acordó donar a dicha comisión un total de novecientas pesetas. Además, el Ayuntamiento también se hizo cargo de los gastos en sepulturas del cementerio municipal con motivo de la mortalidad debida a la pandemia.

Otros municipios

La epidemia afectó también a los demás municipios del sur lucense. En el de O Saviñao, que tenía por entonces unos 12.000 vecinos, se registraron los fallecimientos de 127 personas, una cifra muy elevada. Con el fin de la primavera de 1919 los casos de gripe fueron disminuyendo hasta desaparecer, pero quedó un recuerdo imborrable en la población que permaneció nítido durante varias generaciones.