La casa museo de Bernardo Álvarez

Luis Díaz
LUIS DÍAZ MONFORTE / LA VOZ

LEMOS

CARLOS RUEDA

Un monfortino ofrece una colección de más de mil tallas al Ayuntamiento por falta de espacio para almacenarlas

17 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

No debería haber problemas de espacio, pero en el bajo de la casa de Bernardo Álvarez resulta difícil abrirse paso. Una colección interminable de tallas de diferentes estilos y tamaños achica el espacio en sus más de sesenta metros cuadrados. Figuras de inspiración oriental, imágenes religiosas, composiciones que parecen salidas de un sueño, lámparas, bastones y pipas apabullan al visitante. Casi todas son de madera. También se ve un pez labrado en hueso de ballena y esculturas en piedra de la cantera de Magnesitas de Rubián. Allí se jubiló hace 22 años. Nunca antes había dado rienda suelta a su febril creatividad artística. Acaba de cumplir noventa y desde su retiro ni un solo día dejó de esculpir alguna pieza. «Si nos los proponemos, somos dioses», dice este creador autodidacta.

Bernardo localiza con sorprendente rapidez cada una de las creaciones que le vienen a la memoria, como si tuviese interiorizado en un mapa ese universo de piezas. Se deshace en explicaciones sobre cada una de ellas. Desvela la historia de la talla de nogal que representa a su abuelo, de un busto de piedra del escritor Antón Patiño -en vida frecuentaba mucho su compañía-, de una «reina gallega» de la que cuelga una cinta de San Blas, de una gran mano que quiere ser un homenaje al desaparecido joyero Domingo Pérez.... «Siempre le decía: tú tienes manos de herrero, no de joyero. Grandes pero armoniosas», recuerda el escultor.

El bajo de su casa se queda pequeño para tanta talla. Todavía hay otra amplia dependencia repleta de esculturas junto al patio en el que trabaja casi sin descanso desde su jubilación. «Muchas las imagino durante la noche. Me despierto y salgo como una flecha para tallarlas», dice Bernardo. Todo empezó poco después de dejar Magnesitas, cuando dio con la raíz de un árbol en la ladera de San Vicente. De aquel trozo de madera salió un autorretrato que esculpió a escondidas, «por si pensaban que me había traspapelado». La primera de las más de mil piezas a las que fue dando forma en estos años.

«Gracias a Dios, siempre tuve muy buena salud», dice Bernardo. Vive la religiosidad de forma intensa, pero a su manera. Muy de puertas adentro. «Esto se hace a base de fe y mucha voluntad. Hay que tener voluntad de hierro e imaginación, por supuesto. Pero la fe lo es todo. Es la luz de la vida», explica. No sabe las tallas que habrá en su casa, «puede que sean mil, quizás más, ni idea». Le gustaría poder hablar con el alcalde para que no se pierdan y puedan estar expuestas en alguna dependencia municipal. «Los años están ahí, no sé cuánto tiempo podré trabajar. Tampoco me quita el sueño, el camino está andado», se despide Bernardo.