Alicia Banderas, psicóloga infantil: «Tenemos que ser conscientes de que si nuestros hijos no hacen nada, no están perdiendo el tiempo»

Uxía Rodríguez / Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

LA TRIBU

Alicia Banderas, psicóloga y divulgadora
Alicia Banderas, psicóloga y divulgadora

La experta aconseja limitar los regalos de Reyes y seleccionar al menos uno que no sea parte de lo que los niños han pedido

04 ene 2023 . Actualizado a las 14:21 h.

No sobrestimular a los niños, exponerlos a un cierto «riesgo», enseñarles que no pueden tener todo y no «aparcarlos» en una comida en un restaurante. Alicia Banderas, psicóloga y autora de los libros Pequeños tiranos, Hijos felices y Niños sobreestimulados analiza en esta entrevista cómo serán los niños del futuro criados en esta sociedad de la inmediatez: «vamos a tener niños muy poco tolerantes a la frustración. También son niños con una gran tendencia a la insatisfacción, al estrés, a la ansiedad y al estado de ánimo deprimido».

—¿Cómo son los niños de ahora con respecto a los de antes?

—Llevo 22 años ejerciendo y lo que encuentro ahora es un afán por parte de los padres y las madres de criar niños que sean brillantes, inteligentes. Eso antes no existía y ahora nos estamos orientando demasiado al logro, en una carrera que quizás no va a ninguna parte. Los sometemos a una excesiva estimulación, un sinfín de actividades, clases extraescolares, incluso de forma precoz, para lo que todavía no están preparados. Hay niños y niñas de dos o tres años que ya van a prenatación, preballet, idiomas. Yo pongo siempre una similitud. Pensamos que los niños son como esponjas, que sus cerebros son esponjas, pero las esponjas tampoco pueden absorber toda el agua que quieran, también tienen su propio límite, no pueden recoger más líquido del que su propia capacidad les permita, si no, se desbordan y se degradan. Y eso es algo que pasa a los niños y niñas de hoy. Están sometidos a mucho estrés, y vemos niños con ansiedad y con un estado de ánimo muy deprimido. Creo que ese es el principal cambio. 

En niños más mayores y adolescentes, ahora se les llama la generación de cristal, pero ellos no son más frágiles, lo que ocurre es que expresan mucho más sus emociones. Pueden ser de cristal porque son transparentes, pero no por fragilidad. Y es cierto que es una generación que expresa mucho más los sentimientos, y necesitan tener ese espacio. Y los padres todavía vamos un poco a remolque. A veces los padres, aunque intentan comprenderlos, no escuchan de manera activa. Intentan enseguida anestesiar sus emociones, maquillarlas o minimizar lo que les pasa a los adolescentes. La sociedad está siempre persiguiendo la felicidad y no les enseñamos a convivir con las emociones desagradables. Se piensa que hay emociones positivas y negativas, y no es así: hay emociones agradables y desagradables, pero todas valen. Por ejemplo, la tristeza sirve para apreciar lo que valen las cosas. El miedo, en cierto nivel, es protector. El enfado sirve para saber cuándo alguien está sobrepasando un límite, o hay una necesidad bloqueada, o alguien te está tratando de absorber. A veces, el enfado es una forma de descarga del estrés. Entonces, quizás deberíamos preguntar qué hay detrás de ese enfado, pero intentando validar todas las emociones. Hay un desajuste: los niños expresan sus emociones, pero, al otro lado, a los padres nos queda todavía entrenamiento para poder escucharlos activamente, detenernos con paciencia a escuchar y no apresurarnos a dar una solución o a aleccionar, que es algo que los adolescentes rechazan muchísimo. Quizás tenemos que escuchar más a nuestros adolescentes. 

—¿Por qué los adolescentes tienen más problemas de salud mental que en otras épocas?

—Está el FOMO, que es acrónimo de fear of missing out, el miedo a perderse cosas. Ahora hay un ansia por consumir experiencias y actividades que termina por estresarles y hacerles vivir la vida con un gran desasosiego. Estamos abrumados por fotos e imágenes que otros cuelgan en sus redes sociales y un sinfín de ofertas y planes. Abrumados por ver las vidas de otros, nos creamos una necesidad y parece que si no cumplimos o no hacemos check en todas, sentimos que parece que no podemos ser felices. Les estamos diciendo a los niños que es sano aburrirse, pero parece que los padres no lo tenemos muy claro. Incluso, se pierde una experiencia que para el desarrollo de los niños es fundamental, que es el juego libre, ya que les obligamos a realizar un ocio estructurado, planificado, guiado y ni siquiera decidido libremente. Perseguimos lo que la sociedad nos marca. Por eso es muy importante fomentar que los niños tengan un pensamiento crítico. Para que no nos direccionen la vida, el qué hacer y el qué pensar, las redes sociales. Son muchos los adolescentes que verbalizan que creen que su vida no es guay y que todo el mundo tiene una vida mejor que la suya. Se está creando mucho descontento porque, efectivamente, están sometidos al visionado de la vida de otros, que siempre es la parte más feliz; lógicamente, nadie expone las miserias. Y hay una gran distorsión cognitiva. Todos los adolescentes llevan una vida muy similar: van al instituto, luego van a clases de baloncesto o de cualquier otro deporte. Pero no les satisface, porque tienen siempre ese pensamiento de que la vida de su amigo es mejor. Las redes potencian esta percepción de gran descontento con sus vidas que no es cierta. Habrá vidas mejores o peores, pero padres y madres tenemos que enseñar a los niños a jugar con sus propias cartas. Tenemos que bajarles a la realidad para que no sientan que tienen que estar todo el tiempo haciendo o logrando cosas. 

—¿Qué puede tener peores consecuencias para los niños, la falta de estimulación o el exceso? ¿Cómo podemos encontrar un balance adecuado?

—Como daño, sobre todo en las primeras etapas, es más importante la falta de estimulación. Es un daño muy considerable y muy a corto plazo. Lo hemos visto en muchas investigaciones, en niños que no han sido estimulados hay un impacto muy grande. Lo que pasa es que la sobreestimulación también tiene un impacto emocional. Sometemos a los niños a un gran estrés, a una insatisfacción y desmotivación, y ya no solo al niño, sino a la familia entera, que va corriendo de un lado a otro. Eso es lo que estamos generando. El equilibrio se encuentra parándonos a ver qué necesita verdaderamente nuestro hijo o nuestra hija. Vamos a intentar tener la consciencia de que si nuestros hijos no hacen nada, no están perdiendo el tiempo. No tienen que estar siempre haciendo algo productivo. Tenemos que dejar espacio para la calma, la reflexión. Y no estar en carrera. Si ellos están estresados ante la agenda que se les prepara, hay que poder empatizar con el niño. Eso no es bueno para ellos y no respetamos su propio desarrollo. Con tres años, el dibujo no tiene que ser guiado ni estructurado. Es algo que tiene que nacer desde adentro. A esa edad, no necesita ir a clases de dibujo. Eso es más una necesidad de los padres: como no les podemos recoger a tal hora del colegio, pues esa es la solución de los adultos. Pero no es lo que necesitan, sobre todo los niños menores de ocho años. ¿Van a clases de patinaje? A patinar pueden ir contigo a un parque de tu ciudad. No tiene que estar todo guiado, estructurado, planificado. Podemos hacer actividades, pero no hacerlas demasiado, no hacerlas precozmente antes de que su cerebro o sus habilidades hayan sido desarrolladas. Y tener experiencias con ellos. Eso es lo que podemos hacer para no sobreestimular a los niños.

—¿Qué consecuencias tienen a largo plazo estas actitudes de los padres que mencionabas? ¿Cómo crees que serán de adultos estos niños?

—En esta sociedad de la inmediatez, vamos a tener niños muy poco tolerantes a la frustración, lo cual genera mucha irascibilidad. También son niños con una gran tendencia a la insatisfacción, al estrés, a la ansiedad y al estado de ánimo deprimido, porque estamos orientando todo a lo productivo, todo el día hay que estar haciendo o teniendo cosas y teniéndolas ya, en vez de tener una mirada hacia uno. Los niños necesitan tiempo para la introspección, para estar pensativos. Con la tecnología, no lo están. Ahora, todo el día con una pantalla accesible, realmente no tienen ese tiempo para saber lo que les gusta y lo que no, para desarrollar ese pensamiento crítico, buscar conocimiento, indagar. Necesitan ese tiempo. Cuando les imponemos desde pequeños clases extraescolares y actividades que elegimos los padres, en vez de preguntarles a ellos qué les gusta y qué quieren, qué se les da bien, para que tengan una motivación, no van a buscar dentro de sí y no llegarán a un camino hacia la autorrealización. Siempre estarán esperando que alguien elija el oficio al que se van a dedicar o la carrera que van a estudiar. Esa autorrealización te lleva a conocerte y dedicarte a lo que tú quieras ser y perseguir tus sueños. Por eso necesitamos combatir esa sociedad de la inmediatez y de vivir en el mañana en vez del presente. Sobre todo porque, a veces, no tenemos autocontrol, entonces, pueden convertirse en niños que difícilmente sepan tomar decisiones adaptativas. A veces uno tiene que pensar, reflexionar, perseverar en un objetivo y esperar a una gratificación mayor. Si no les entrenamos la paciencia y el tiempo, posiblemente se conviertan en unos jóvenes que puedan estar muy insatisfechos con sus vidas.

Tampoco quiero demonizar esta sociedad, porque es verdad que también tiene cosas muy positivas, por ejemplo, la validación de las emociones, que antes era inexistente en la crianza, el prestar atención a los niños. Lo que más necesita una niña o un niño es atención y creo que los padres cada vez están más concienciados sobre esto. 

—¿Cómo podemos ayudar a los niños a manejar esa frustración y tolerar los momentos de ocio y aburrimiento?

—Una gran parte es entrenarnos a nosotros. Hemos entendido la felicidad como la ausencia de experimentar emociones desagradables. No tenemos que sobreproteger. Tenemos que entender lo que sienten y podemos apoyarles pero no quitarles de vivir ciertas experiencias. Por ejemplo, una situación que me parece fascinante es entrenar a los niños en una dosis de riesgo. Obviamente, no hablo de peligro. Pero exponerlos a situaciones de riesgo ayuda a que puedan adaptarse a la vida. Desde pequeñitos, los parques están acolchados para que no te dañes. Tenemos que exponer a nuestros hijos a un juego libre, con cierto riesgo, porque sabemos, por investigaciones, que estimula la creatividad. La creatividad no es ser Frida Kahlo o Dalí, es que puedas tomar decisiones y buscar soluciones alternativas a los problemas. También favorece las interacciones sociales que son necesarias en la infancia y la adolescencia. Y favorece a la resiliencia, la capacidad de adaptarnos a la adversidad. Si enseñas a los niños a subirse a los árboles, a que tengan un juego rico, solos, cogiendo elementos de la naturaleza, explorando sin juguetes hechos, cuando se vean expuestos a riesgos, ellos van a aprender a manejarlos y a medir sus propios límites. Es decir, los niños van a saber evaluar su propio riesgo. Si tú los sobreproteges y cuando llega la adolescencia les expones a riesgos, no saben valorarlos y ahí es cuando, de repente, se hacen daño, porque no se saben autocuidar. Caen en situaciones de riesgo de drogas, de alcohol, de relaciones sexuales sin protección. Porque si no sabes evaluar tus riesgos, no desarrollas las herramientas para enfrentarte a ellos. No podemos controlar todo, les tenemos que enseñar a autorregularse. Podemos ayudar a los niños no consiguiéndoles las cosas de inmediato. Poniéndoles límites, diciéndoles que no, ofreciéndoles otras alternativas, pero dejándoles espacio para que se aburran. Podemos poner una cajita con sugerencias de actividades que ellos mismos pueden escribir para esos momentos. Cuando están en ese estado entre aburrimiento y ansiedad, muchas veces surge la creatividad y ellos mismos saben salir de ese estado de aburrimiento, de esa sensación de frustración e insatisfacción.

—Un gran tema que preocupa a los padres son las pantallas. ¿Cómo se puede lograr que los dispositivos electrónicos convivan de manera saludable con otras formas de juego?

—Es difícil, cuando uno está cansado como padre, quiere un desahogo, sabe que al poner una pantalla, los niños van a estar totalmente anestesiados. Además, ellos también socializan a través de ellas. Pero lo que debemos hacer es elegir el momento de inicio según la madurez y la personalidad del niño. Saber de forma autónoma cuándo darles un smartphone o una tablet. Que sea cuando tú decidas. Tenemos que intentar no sucumbir a la presión social. También tenemos que adecuar la calidad de los contenidos y adaptarlos a la edad de los niños. No podemos introducir de forma precoz cosas para las que no estén preparados. Tenemos que chequear. Y con los niños y adolescentes, funcionan muy bien los pactos. Establecemos un pacto para un videojuego: una hora es un tiempo que pueden estar jugando y van a poder pasar una zona o una pantalla, es más que suficiente. Pero, sobre todo, hay que darles otras alternativas al aire libre, deportivas, que no contribuyan a la pasividad. No demonicemos las pantallas, a veces se puede hacer un uso más activo de ellas: ver tutoriales de manualidades en YouTube, crear un álbum de fotos. Todo eso que han estado visionando, pasarlo a algo más activo. Que puedan coexistir ese consumo pasivo con algo activo y también divertido, darle a eso un uso en contra del sedentarismo.

—¿A qué edad se pueden empezar a introducir dispositivos móviles?

—No digo que sea la idónea, pero, habitualmente, cuando pasas de la educación primaria a la secundaria. A los doce años o trece. No es que sea la mejor edad, porque eso depende de la personalidad del niño y de lo responsable que sea. Y hay que hacerlo muy poquito a poco. No puede tener acceso a toda la web. Hay que hacer un pacto de a qué webs y a qué redes sociales pueden acceder. Lógicamente, antes de los trece años, no necesitan una red social. Y tú puedes irlos entrenando haciendo, por ejemplo, un chat con la familia. Con eso aprenden que la otra persona tiene derecho a contestarte cuando quiera y que tú también tienes ese derecho. Así eliminamos esa ansia por ver si ha habido una contestación, entrenamos esa autorregulación.

—¿Qué opinas de la escena en los restaurantes de los niños con una tablet para que los padres puedan comer?

—Lógicamente, es entendible que los padres quieran estar un rato conversando y mirándose a los ojos, pero no a costa de mantener a los niños anestesiados a través de una pantalla. Entiendo esa dificultad, pero podemos ofrecer alternativas. Yo puedo llevar un estuche con ceras para pintar. De hecho, sobre todo cuando tienen oportunidad de estar con más niños, eliminaría las alternativas por completo. Es dañino que nos los quitemos de encima en lugar de hacerlos partícipes de la conversación, que les apartemos a un lado. Tienen que ser niños que también sepan conversar o que ellos mismos generen otra forma de divertirse. Esto puede hacer que la velada sea mucho más complicada, pero no podemos pedir que aparezcan resultados si no los hemos entrenado. Es importante que nos concienciemos del daño que les hacemos en esos pequeños actos, dejándoles una pantalla para mantenerles fuera de una conversación a través de una estimulación pasiva.

—En este sentido, en Navidad, teniendo en cuenta los regalos que están recibiendo los niños, ¿qué consejos podrías dar?

—Una de las primeras cuestiones es intentar no caer en ese niño o niña hiperregalado. Lo que me gusta transmitir a los padres es la importancia de que los niños puedan apreciar cada regalo. A veces les abrumamos a regalos y solo se fijan en cuántos regalos les han traído y empiezan a desempaquetar uno tras otro sin hacer caso a cada uno. También hay que transmitir la idea de lo que es regalar: compartir a través del cariño algo que deseas que la otra persona disfrute. Entonces, creo que antes de regalar o que vengan los Reyes Magos, sería muy importante hacer un acopio de los juegos y juguetes que están en casa para poder donar, hacer un intercambio, darles esa importancia. Saber que hay niños que no tienen y que nosotros tenemos en exceso y ser conscientes de eso. Estaría muy bien entender el significado de donar esos juguetes. Y en cuanto a los regalos, yo siempre incluiría uno de lectura y algo relacionado con deporte: un equipo deportivo o algo para disfrutar de la naturaleza. Para entrenarles en esas posibles frustraciones o desilusiones, no hay que darles todo lo que piden. Que al menos uno de los regalos sea elegido por los Reyes Magos y que no se lo esperen. El mensaje es que no todo se lo podemos dar. Y también es importante dosificar los regalos. Hay algunos que, si nos encontramos con muchos, los podemos esconder, e ir sacándolos luego a lo largo de los meses. No tiene por qué ser todo ya. Uno no puede crecer con todo dado. Cuando sienten que lo tienen todo, que pueden acceder a todo por más que sea caro, a toda costa, serán incapaces de tolerar la frustración. Luego, los regalos tienen que ir de acuerdo a los valores que podemos tener. Para nosotros, dar amor o cariño puede ser dar una experiencia. Un regalo puede ser, entonces, algo que podamos hacer en familia. 

 Lo mismo ocurre en los cumpleaños. Muchas veces, los padres se han gastado mucho dinero y han ido a un parque de atracciones o han contratado un mago o a un pintacaras, todo estructurado, en vez de dejar que los niños jueguen. Y de repente, lo que más les ha gustado a los niños ha sido volver a casa en el metro o andando, jugando al pilla pilla. Eso pasa muchísimo. Al final, lo que los niños quieren es jugar con sus padres. Lo mejor que les podemos regalar es jugar con ellos, cocinar, tirarnos al suelo. La importancia del juego se ha estudiado, no solo para los niños, sino para los padres y la relación con ellos. Cuando jugamos con nuestros hijos, nos ven desestresados, en una actitud mucho más cariñosa. Podemos educarlos en valores sin aleccionar a través del juego, podemos ver lo que les pasa a nuestros hijos. De hecho, los psicólogos utilizamos el juego como una forma de evaluación. Los niños que no pueden expresar lo que sienten, según están jugando se ve lo que les pasa, lo que les asusta. A través del juego les puedes conocer muy bien. Tiene muchísimas bondades. Entonces, lo que regalaría estas Navidades sería tiempo para que los padres y las madres puedan jugar con sus hijos y sus hijas. Eso es algo que no van a olvidar.