Diego Bellido, endocrinólogo: «Hay personas con obesidad y poco músculo, eso es lo peor»
ENFERMEDADES
El especialista del Complejo Hospitalario Universitario de Ferrol acaba de ser elegido presidente electo de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad
30 nov 2024 . Actualizado a las 10:53 h.Diego Bellido (Cádiz, 1957) trata la obesidad desde hace más de treinta años. La describe como una epidemia, como un problema de salud pública, donde son necesarios todos los estamentos de la sociedad. El gaditano, que es jefe de Endocrinología y Nutrición del Complejo Hospitalario Universitario de Ferrol, acaba de ser elegido presidente electo de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (Seedo) en el congreso nacional que se celebró de miércoles a viernes en Santiago de Compostela.
—¿Cuáles serán las líneas estratégicas de su junta directiva?
—La obesidad es la enfermedad metabólica más frecuente que hay en la población, no solo adulta, sino también infantil. Es una verdadera epidemia, pero no está considerada como una enfermedad crónica por el Estado. Es imprescindible que sea reconocida como tal, al igual que ya lo han hecho otros países, sin ir más lejos, Portugal. Para mí ese es el primer objetivo de esta sociedad que ha crecido tanto en los últimos años.
—Galicia tiene un plan concreto.
—Sí. Precisamente, ir de la mano de la administración pública es un aspecto muy importante para una sociedad científica. Que los poderes locales y también regionales se adentren en políticas activas de ciudades saludables, de fomentar la actividad física, de una alimentación sana. Todos estos factores hay que incluirlos en el entorno obesogénico con el que vivimos en el que tenemos que ir todos de la mano. El objetivo no solo es tratar la obesidad, sino prevenirla. En este sentido, estaremos a disposición de las autoridades.
—¿Por qué no se considera una enfermedad?
—Creo que el gran problema son los costes y la estigmatización. El gasto del tratamiento de la obesidad es tremendo. Por ejemplo hay, aproximadamente, un millón y medio de pacientes que conviven con obesidad mórbida. Es una cantidad inabarcable desde el punto de la cirugía, y aunque haya muchos programas, no se llega ni al 5 % del tratamiento. En cuanto al acceso a fármacos, tenemos una limitación evidente porque no están financiados. Precisamente, la financiación es un objetivo, sobre todo, en las personas que realmente lo necesiten y que vayan a experimentar una mejoría en su salud con este tratamiento farmacológico.
—¿Cuánto daño hace el estigma?
—La persona que convive con obesidad suele ser alguien que ha intentando perder peso muchas veces, pero no lo ha conseguido. En el fondo, está ese querer y no poder. Es el aspecto más importante de la estigmatización e impacta a todos los niveles. El paciente es marginado en su trabajo, en la vida social, en el ambiente propio, en la esfera familiar, en la laboral, y esto condiciona la actitud de vida. No rinde lo que tiene que rendir. La clave es que a nivel asistencial, social y laboral, el paciente con obesidad se vea incentivado a perder peso, a mejorar su calidad de vida, al mismo tiempo que esto se ve como una cosa normal. ¿Vamos a eliminar la obesidad? Lamentablemente, no. ¿Vamos a reducir la obesidad? Un ejemplo reciente lo tenemos en Estados Unidos, donde este año se redujeron, por primera vez, las cifras.
—El estudio «ENE-COVID» encontró que un 62 % de la población gallega mayor de 18 años tiene exceso de peso. ¿Se puede explicar, exclusivamente, con el hecho de que hemos empezado a comer peor y a movernos menos?
—El estilo de vida interviene, como es evidente. Antes, solo se comía lo que uno podía; hoy en día, lo que uno quiere. Esto es la premisa básica. Pero no podemos limitarnos a pensar que en la obesidad solo hay un desequilibrio entre ingreso y gasto calórico. Hay otra causas, como son las genéticas —que cada vez se están investigando más— o las ligadas a otras enfermedades. El origen es multifactorial. Hay personas que no comen tanto para el exceso de peso que tienen. Podemos encontrar, por ejemplo, problemas asociados al comportamiento alimentario. Hay gente que tiene problemas ligados a lo que se conoce popularmente como picoteo. Es un esquema complejo y, como tal, hay que personalizarlo, tal y como sucede con otras enfermedades.
—¿Un niño con obesidad es un adulto con mayor riesgo?
—Sin duda. Pero la obesidad infantil, muchas veces, se genera dentro del útero. Los hábitos de la madre van a condicionar el devenir metabólico del hijo. De padres con obesidad salen niños con obesidad; y no solo es por la ingesta, sino que hay unos condicionantes que se manifiestan antes de dar a luz. A eso le añades el ambiente obesogénico que soportan, como los ultraprocesados.
—¿Cómo atajaría este problema?
—La obesidad, incluso a edades tempranas, implica la participación de todos los estamentos. Si el 60 % de los niños comen en un comedor y no hay una adaptación a la dieta adecuada, habrá un problema. También si no se complementa en casa. Es decir, que los comedores funcionen muy bien, pero en los hogares se coma muy mal. Los niños hacen muy poca actividad física; y ahí creo que deberían entrar las instalaciones deportivas de los colegios para que estén abiertas los fines de semana, y que los niños puedan jugar allí o en la calle. Hay un montón de cosas que se deben hacer.
«Se debe buscar la pérdida de grasa y mantener la masa muscular»
—Lleva en la consulta más de 30 años, ¿su tratamiento es complejo?
—Sí, es algo más que la pérdida de peso. Hay que buscar perder grasa a la par que mantener músculo. Si no te centras en eso, no has conseguido nada. Aunque trates a un paciente y consigas verlo bien, sigue siendo obeso porque tiene una carga metabólica asociada. La grasa disminuye de tamaño, pero sigue presentando una hipertrofia en el tejido adiposo. Es decir que cuando una persona llega a cierto peso, el daño ya está hecho. Por supuesto, mejoran las comorbilidades y hay un beneficio, pero persiste la alteración metabólica asociada. Por eso, a la mínima que se descuide, lo gana.
—¿Se puede llegar a dejar los fármacos?
—No. Los fármacos de obesidad han demostrado efectividad, pero son a largo plazo y son efectivos mientras se usen. Cuando se dejan, sea por el motivo que sea, si no se ha hecho una verdadera modificación de hábitos, lo normal es que se recupere el peso perdido.
—¿Qué supone un exceso de peso más allá de lo evidente?
—Un exceso de grasa indica un proceso inflamatorio crónico de bajo grado. La grasa visceral es metabólicamente activa, produce citoquinas inflamatorias e infiltra músculo y órganos. Hay personas que tienen un problema añadido: obesidad y poco músculo. Es lo peor, porque no solo tienen inflamación, sino también sarcopenia, lo que aumenta el riesgo de complicaciones osteoarticulares.
—Es un tejido adiposo que no es funcional.
—Sí. Tenemos dos tipos. La grasa subcutánea, que es a lo que la gente llama chicha, el pellizco que se coge, que no se considera metabólicamente activa. Por el contrario, la que sí lo es y, por lo tanto, genera un daño, es la grasa visceral. Esta se infiltra en los órganos y en los músculos y propicia las alteraciones metabólicas que se asocian a la obesidad. Por eso, hay fenotipos de pacientes obesos, lo que llamábamos antes el obeso sano. Ese es simplemente un gordito que no tiene nada mal, aparentemente, no es hipertenso, no es diabético, pero tiene un exceso de peso. Y la gente te dice: «Que raro, esta persona está sana». Eso es así hasta cierto punto, hasta que rompe la barrera y el tejido subcutáneo se pueda expandir. Pero en el momento en el que no se puede estirar más, ahí es cuando la grasa empieza a acumularse en los sitios donde no debe y hace daño.