Guillermo, el príncipe tranquilo al que ya se encomiendan los británicos

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

El príncipe Guillermo, heredero al trono del Reino Unido, el pasado mayo, en Londres
El príncipe Guillermo, heredero al trono del Reino Unido, el pasado mayo, en Londres NEIL HALL | EFE

Su aversión a los escándalos y su discreción han convertido al heredero al trono en el favorito del Reino Unido: casi el 70 % de los ciudadanos consideran que es el miembro de la familia real que mejor desempeña su papel

10 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Guillermo de Cambridge, príncipe de Gales y heredero al trono del Reino Unido, vino al mundo el 21 de junio de 1982 en el St. Mary's Hospital de Londres. La misma maternidad donde, a principios de los años setenta, todavía nacían los retoños de la emigración gallega en la capital británica. Eran otros tiempos: tanto para la Galicia emigrante como para los royals.

Las cámaras, que escudriñaban cada paso de Carlos y Diana, lo estaban esperando en la puerta cuando salió al mundo exterior. Y ya nunca se libró de su aliento en la nuca.

En uno de los contados pulsos que ganó a su familia política, Lady Di logró que estudiase en Eton —la inagotable cantera de las élites británicas—, y no en Gordonstoun, como su padre y su abuelo. Allí encontró dos de sus primeras devociones: el fútbol y el waterpolo. Al rematar sus cursos en Eton, se tomó un año sabático, que repartió entre la instrucción con el Ejército británico en Belice y su labor de profesor voluntario para Raleigh International en un pueblo del sur de Chile (que es lo mismo que decir del sur del mundo). 

El contrapunto de Enrique

Desde niño ha sido el contrapunto tranquilo de su inquieto hermano Enrique (Londres, 1984), que al no llevar sobre los hombros el peso de la primera línea de sucesión se ha permitido algunos lujos prohibidos a Guillermo. El último, salirse junto a su esposa Meghan de la disciplina de la familia real, un filón para la prensa sensacionalista, abonada desde hace años a la presunta «guerra de las cuñadas» entre Markle y Middleton.

Muchos años antes, los dos hermanos pasaron unidos el viacrucis de los escándalos protagonizados por Carlos y su entonces amante Camila, el posterior divorcio de sus padres y, por último, la muerte de Diana en un accidente en el túnel del puente del Alma de París, en agosto de 1997. El suceso, envuelto en la presión asfixiante de los paparazis sobre Lady Di y Dodi Al-Fayed, supuso un punto de inflexión en la ya tortuosa relación de Guillermo y Enrique con los medios.

De extraordinario parecido físico a su madre —y, según cuentan los próximos, también de personalidad—, durante los días que siguieron a su muerte y funeral, Guillermo pudo palpar la devoción que los británicos sentían por aquella mujer de apariencia frágil que nunca acabó de encajar en las rígidas maneras de la familia real y a la que el entonces primer ministro, el laborista Tony Blair, había bautizado certero como «la princesa del pueblo».

El tímido Guillermo se volvió desde ese momento todavía más introvertido y el expansivo Harry, más extrovertido. Cada uno huye de sus fantasmas en la dirección que considera más oportuna.

Estudió Historia del Arte y Geografía —con una matrícula de honor que es todo un récord en la Corona británica— en la universidad escocesa de St. Andrews, donde conoció a Kate Middleton. Se casaron en el 2011, en la abadía de Westminster, en una nueva «boda del siglo», tienen tres hijos (Jorge, Carlota y Luis) y viven en el palacio de Kensington, en Londres.

En estos cuarenta años de focos perpetuos, Guillermo ha cultivado su perfil bajo con una destreza que lo ha elevado al nivel de las bellas artes. Su aversión a los escándalos y su discreción lo han convertido en el favorito de los ciudadanos: para casi el 70 % de los británicos, según los sondeos de YouGov, es el miembro de la familia real que mejor desempeña su papel, y hasta se especuló con que sucediese directamente a Isabel II, saltándose al septuagenario Carlos. Pero saltarse la tradición de una institución basada en una tradición pétrea no parecía la mejor de las ideas y el guion se ha impuesto a las fantasías.

Las pocas expectativas y los muchos años con los que arranca Carlos su reinado lo convierten casi en un paréntesis a la espera del futuro rey Guillermo.