Miguel de la Fuente, camarógrafo de TVE, corresponsal de guerra: «Intento no implicarme»

INTERNACIONAL

El veterano periodista ha cubierto conflictos y catástrofes por medio planeta y cree que hay que evitar «meterse en el pellejo de la gente»

08 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Tiene una voz firme y equilibrada, como el pulso necesario para transmitir el horror de las guerras a través de las imágenes que envía al telediario. Y tiene una experiencia de tres décadas en ese trabajo. Miguel de la Fuente (Ourense, 1961) espera que la de Ucrania sea la última guerra que requiera su presencia. Sus primeras palabras son para recordar a los compañeros que no pudieron volver.

—Hoy [por ayer] se cumplen 19 años de cuando estaba empotrado con el ejército americano en Bagdad y vinieron a decirme que habían matado a Julio Anguita Parrado, con el que había estado unos días antes.

—Vaya. A todos nos gusta que haya voces independientes que cuenten desde dentro los conflictos, pero a veces se nos olvida que a algunos les cuesta la vida.

—Sí. De los españoles muertos conocía a casi todos. Estaba en Afganistán cuando mataron a Julio Fuentes; a Ricardo Ortega lo conocía porque había trabajado con él en Afganistán y lo mataron en Haití; con Miguel Gil trabajé en Sarajevo y en Kosovo y lo mataron en Sierra Leona. Y a José Couso, que éramos los dos únicos gallegos que trabajábamos en Madrid y nos saludábamos siempre.

—Y cuando siente una muerte tan cercana, ¿le dan ganas de dejarlo o todo lo contrario?

—Ni una cosa ni la otra. En el momento en que te comunican eso, lo mejor es no pensar en ello. No meterte en el pellejo de la gente es algo que intento practicar desde hace mucho. Intento no implicarme. Y en el momento que no lo consigo es cuando lo empiezo a pasar mal. Yo creo que los periodistas que vamos a estos sitios no vamos a vivir ni a sufrir lo que ellos viven y sufren. Yo no quiero permitirme el lujo de sufrir como ellos. Pero bueno, no siempre lo consigo. A veces no es una bomba o una ráfaga de tiros, a veces es un niño llorando que se te mete dentro y te hace pasar un mal rato hoy y mañana. Pero hay que hacer el trabajo.

—¿Tiene previsto volver a Ucrania?

—Dependerá de la guerra. Yo no tengo problema, porque llevo más de treinta años dedicándome a esto. TVE me educó en este tipo de conflictos y sé que cuando pasa algo cuentan conmigo. Si sigue el conflicto, me imagino que volveré.

—Con todo lo que ha visto, habrá perdido fe en la condición humana.

—Lo que puedo decir es que valoro mucho más pequeños detalles de la vida normal: el hecho de salir a comer o tener comida; poderte duchar, poderte desplazar libremente con tu coche sin que te pregunten dónde vas; tener luz, tener una lavadora... yo que sé. Es cierto que los muertos y la gente que lo mata, a los que les ves la cara hacen que te des cuenta de la maldad, pero intento no meterme.

—¿Tiene un peor recuerdo?

—Ni siquiera me tocó grabarlo, lo vi por televisión: un niño que, en la frontera de Polonia, la cruzaba llorando solo. Esa imagen le llega a cualquiera que la vea.

—Alguna vez escucharía silbar las balas demasiado cerca.

—Sí, en esta guerra y en otras muchas. Las bombas de artillería que están cayendo en Kiev son sobrecogedoras en tamaño y en sonido. Eso hace que se te arrugue el estómago y sientes esas mariposas, que se parecen a las del amor, aunque el sentimiento es muy diferente. Recuerdo una vez en Sarajevo, con Arturo Pérez Reverte, tirados los dos en el suelo en medio de una balacera tremenda entre serbios y bosnios y sentir que cualquier cosa podía pasar. Pero todo esto entra dentro de las posibilidades.

—Seguramente, esta guerra será la última para usted.

—Tengo 60 años. Yo creo que cada siete o diez hay en el mundo un gran conflicto al que acuden todos los medios de comunicación. Eso es lo que me ha ocurrido a mí. Por edad no creo que tarde más de cuatro años en jubilarme, por eso sí, seguramente esta será la última guerra para mí.

—¿Tiene hijos?

—Una hija de 28 años.

—¿Qué le dice? Que lo deje, seguro.

—Siempre he intentado que estuviera un poco al margen y contarle poco de donde yo estaba. Pero sí es cierto que, con la edad que tiene, la veo como más preocupada cada vez que me voy. Pero esto es normal. Pasa con todos los compañeros que conozco. Preocuparte por un familiar igual no es bueno, porque le puedes hacer más daño. Porque, estando allí, lo sientes como una presión añadida.

—Mirar por el visor elimina la visión periférica. Eso algo peligroso cuando se está en una guerra.

—Eso se aprende con los años. A medida que han ido pasando he aprendido a contar mejor las cosas. Antes necesitaba estar una o dos horas para grabarlo todo; hoy he conseguido sintetizar. Y cuando estoy en sitios muy peligrosos, he llegado a un acuerdo conmigo mismo para estar el menor tiempo posible en ese sitio.

—Usted vive en Madrid, pero ¿viene a Galicia de vez en cuando?

—Sí, tengo un apartamento en Palmeira. También me compré un terreno cerca de las playas de Hio y de Nerga, aunque nunca construí. A Palmeira voy una vez al año, pero con el fin de recorrer Corrubedo. Es mi pasión y la de mi mujer.

—Su mujer es Trinidad Jiménez.

—Eso es. Coincidimos en un viaje hace muchos años, nos conocimos, empezamos a quedar y, primero nos hicimos pareja y luego nos casamos.

—Es usted motero.

—Pertenezco a un club con el que hacemos rutas por toda España. Intento apuntarme a las que puedo. Por cierto, una cosa que me gusta decir es que fui campeón de Galicia de natación. Empecé a nadar a los 9 años y quedé campeón de Galicia y lo mantuve cuatro años.

—Intente autodefinirse con pocas palabras.

—Soy constante y comprometido. Si me gusta este trabajo y lo hago es porque creo que vale de algo. Creo que a los sitios que voy es bueno que vaya alguien para que lo cuente.

—¿Celta o Dépor?

—Mis amigos me llevaron para Vigo y en Vigo descubrí el mar como tantos ourensanos. Así que Celta.

—¿En qué sitio se siente feliz, al que quiere volver?

—Seguramente mi casa, pero yo siempre quiero volver a España, que sí la considero como la mejor parte del mundo. Y conozco muchos países.

—Una canción.

Blinding lights, de Victoria Voss. La he escuchado mucho últimamente.

—¿Lo más importante en la vida?

—Los conceptos de familia, amistad, descanso... es lo que más me atrae a día de hoy.