Caos y desesperación en la última frontera para las mujeres y niños que huyen de la guerra

Manuel Varela Fariña
Manuel Varela ENVIADO ESPECIAL EN RUMANÍA

INTERNACIONAL

Manuel Varela

Cientos de ucranianos se aglomeran en el pequeño aeropuerto de Suceava (Rumanía) para escapar de la invasión rusa

06 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Un bebé de apenas semanas encoge el rostro diminuto y llora contra el pecho de su madre. Yelena coloca la mano en su nuca para protegerlo de las decenas de personas que se agolpan contra ella en el aeropuerto de Suceava, el primero que encuentran los ucranianos tras cruzar la frontera. Con el otro brazo sostiene al pequeño y sujeta los pasaportes azules con el tryzub del escudo amarillo de su país. La joven escapó hace un mes con el bebé y su marido de Donetsk, óblast ocupado desde hace ocho años por fuerzas prorrusas. Llegaron a casa de su madre en Kiev, donde les despertaron las bombas del Kremlin la semana pasada. De nuevo huir. Los cuatro se amontonaron en un tren para viajar a Chernivtsi, a media hora de la frontera rumana, y tres días después, tras dormir en los hoteles habilitados para los refugiados en la provincia de Suceava, Yelena y su familia vuelven a revivir la pesadilla. 

Yelena sostiene a su bebé en brazos en el aeropuerto de Suceava.
Yelena sostiene a su bebé en brazos en el aeropuerto de Suceava. Manuel Varela

Cientos de personas se aglomeran en los escasos metros cuadrados que mide la terminal del aeropuerto de Suceava, que cuenta con una sola puerta de embarque y donde el número de vuelos diarios y destinos se ha multiplicado en la última semana para responder a la enorme demanda de billetes para los refugiados que buscan cobijo lejos de Ucrania. Más de 150.000 personas huyeron de la guerra por la frontera rumana y solo un tercio decide quedarse en el país. El resto vuelan lejos de allí a Austria, Alemania, Reino Unido, España o Francia.

Las autoridades piden llegar al aeropuerto con tres horas de antelación, pero ni así. En la terminal hay caras de desesperación entre las decenas de personas que sacuden sus pasaportes ucranianos para poder superar el control de seguridad. Solo hay dos policías, sobrepasados por la situación, que contactan con la torre de control del aeródromo para aplazar la salida de los vuelos.

Un grupo de personas empujan para poder acceder a la entrada y comienzan a discutir a gritos, hasta que razonan que los pasajeros con destino a Memmingen, en Alemania, tiene prioridad según acaban de anunciar por megafonía. Yelena es desplazada un par de metros por la multitud con el bebé en brazos. Son las 13.22 y su avión a Viena tiene la salida prevista en ocho minutos. «¿Wien?», pregunta nerviosa a los agentes, con temor a quedarse allí atrapada un día más, y ellos le piden paciencia para subirse a un avión que esperará por todos los viajeros para partir.

Una vez en la capital austríaca, la cola en el control de pasaportes es el triple de larga para los no comunitarios. Decenas de ucranianos consiguieron alejarse del terror orquestado por Vladimir Putin. «Por fin aquí, ha sido un viaje eterno para salir de Ucrania», suspira Yelena, sentada junto a su familia frente a la cinta de recogida de equipajes, soltando la angustia acumulada de una semana escapando de la guerra. Les aguardan en Viena unos familiares con los que pasarán los próximos días, pendientes de Moscú para poder volver a su país.

Viajar por Schengen

Las autoridades rumanas agilizaron los trámites burocráticos para que los ucranianos puedan desplazarse con facilidad por el espacio Schengen sin necesidad de visados. Los refugiados forman colas en la Oficina de Pasaportes de Suceava, con decenas de coches con matrículas ucranianas aparcados frente a la puerta. También hay prisa en la pequeña sala por escapar lejos de lo que hasta hace once días era su hogar.