Pero lo cierto es que esos cambios no se llevan a cabo de la noche a la mañana. Por un lado, la infraestructura gasística de Rusia a China no está tan desarrollada como la que va a Europa —el NordStream—, y, aunque el pasado día 4 Moscú y Pekín cerraron un acuerdo para que la primera suministre anualmente 10.000 millones de metros cúbicos de gas a la segunda durante las próximas tres décadas, los planes para el nuevo gasoducto necesario para alcanzar ese volumen son a dos o tres años. Por otro lado, la alternativa rusa al SWIFT, el SPFS, apenas aglutina a una veintena de bancos extranjeros. En el CIPS sí que participan unas 1.200 entidades de cien países, pero todavía está en su infancia y utiliza SWIFT para sus mensajes. Podría ser independiente, pero aún no ha llegado a ese punto. Injerencia Además, prestar apoyo a un país que viola claramente el principio de no injerencia en terceros países que China mantiene a capa y espada, sentaría un peligroso precedente político para el Partido Comunista. Eso sí, la coyuntura para los dirigentes chinos tiene una doble lectura: la alianza con Rusia puede serles útil en su creciente enfrentamiento con Estados Unidos y en la consolidación de un nuevo eje de influencia global, pero también supone el apoyo tácito a los movimientos separatistas de Donetsk y Lugansk, cuya independencia ha reconocido Putin, en claro contraste con su exigencia de que el mundo no se inmiscuya en asuntos domésticos como los de Hong Kong o Taiwán.
Así, China se enfrenta a un dilema mucho mayor que el planteado por la victoria de los talibanes en Afganistán. Pekín siempre ha condenado con rotundidad las invasiones de Estados Unidos por el mundo y no ha protagonizado ninguna desde la de Vietnam en 1979. Aunque se ha enfrentado en escaramuzas con India en zonas fronterizas, China siempre ha abogado por la colaboración comercial y la globalización que la han convertido en la segunda potencia mundial. Busca un bienestar compartido y abandera en política el «win-win» empresarial. Pero, ahora, la actitud de Putin puede obligarle a tomar partido. Sin duda, de lo que decida hacer dependerá el desenlace del conflicto.