Nueva York: atracciones sobre las aguas

Esperanza Balaguer NUEVA YORK

INTERNACIONAL

ALBA VIGARAY / Efe

El capricho de un millonario ha hecho realidad Little Island, que consagra al río Hudson y al East River como futura área de recreo

31 may 2021 . Actualizado a las 15:06 h.

Durante décadas, Nueva York vivió de espaldas a sus muelles. Pocos se percataban de que la ciudad es una colección de cinco islas de más 830 kilómetros de costa que albergó hasta principios del siglo XX el puerto más concurrido del mundo. A finales de la década de los 90, decenas de proyectos, grandes y pequeños, comenzaron a devolver la vida al abandonado frente marítimo.

El Hudson River Park fue el pionero en 1988 convirtiendo la costa occidental de Manhattan en un área repleta de jardines y carriles para bicicletas con vistas a New Jersey. La concurrida zona vuelve ahora a ser protagonista del nuevo reto de la ciudad que nunca para de transformarse, la conquista de las aguas. El capricho de un millonario ha hecho realidad la primera isla artificial sobre el río a la altura de la calle 13 y del desaparecido muelle 54, donde desembarcaron los supervivientes del Titanic.

Little Island, un parque elevado sobre 132 columnas de cemento en forma de tulipán, acaba de abrir sus puertas con la ambición de convertirse en la nueva atracción turística de la ciudad. No será la única. La ciudad ha dado el visto bueno a una futurística piscina en forma de cruz que flotará sobre el vecino East River. Por fin se podrá hacer algo que a ningún neoyorquino se le pasa por la cabeza, nadar en el río, gracias a un sistema de filtración de 2.271 litros al día.

Una riada de gente acudió la pasada semana a la inauguración de Little Island, justo dos días después de la relajación de las restricciones tras la pandemia. «Es increíble poder salir al fin y mezclarse con desconocidos en un espacio como este», comentaba entusiasmada Yanet Román, una vecina de Queens, ante una panorámica con el emblemático edificio One World Trade Center de fondo. Los visitantes subían y bajaban las escaleras que llevan de plataforma en plataforma, se tomaban fotos para las redes sociales y varios niños hacían la croqueta por las colinas de césped de este capricho urbano, que ha costado 260 millones de dólares, una década en construirse y muchos quebraderos de cabeza a su artífice. «Ver a los humanos ahora mismo deambulando por el parque, es una especie de milagro», explicaba al New York Post, el billonario productor Barry Diller que ha financiado el proyecto junto a su esposa la diseñadora de moda Diane von Furstenberg.

El proyecto lo firma el arquitecto inglés Thomas Heatherwick, autor de otra de las recientes extravagancias de Nueva York, el mirador The Vessel, cerrado indefinidamente tras una serie de suicidios. La estructura alberga más de 350 especies de flores, árboles y arbustos, y lo más impresionante, un anfiteatro con capacidad para acoger a casi 700 personas, con asientos de madera y el atardecer como principal atrezzo. Alrededor de 500 eventos están programados entre el 15 de junio y finales de septiembre. «Esto es solo para el placer de la gente. No tiene otro propósito», comentaba Diller. Y si en el futuro pierde interés, «pueden dinamitarlo». Esto pasó con la nave del vecino muelle 52, ocupado en 1975 por el artista Gordon Matta-Clark con la intención de convertirla en un dinamizador centro cultural. El edificio fue clausurado por la policía el mismo día de su inauguración y abandonado hasta su demolición. El Museo Whitney, situado justo enfrente, acaba de instalar una estructura metálica permanente sobre el agua que replica con precisión los contornos y las dimensiones del cobertizo original. Se trata de un homenaje a los años de la desindustralización del período de posguerra, donde la ribera oeste de Manhattan se convirtió en una zona impracticable donde se mezclaba la prostitución, las drogas y la experimentación artística. Esperemos que estos proyectos no acaben cómo el megalómano mundo acuático de la película Waterworld, que arruinó en 1995 al actor Kevin Costner.