¿Por qué Hartlepool es tan importante?

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

INTERNACIONAL

El líder del Partido Laborista, Keir Starmer.
El líder del Partido Laborista, Keir Starmer. HENRY NICHOLLS | Reuters

07 may 2021 . Actualizado a las 19:52 h.

En las elecciones locales y regionales que se celebraron el jueves en Gran Bretaña hay dos venerables instituciones que se juegan su futuro: una es el Partido Laborista del Reino Unido (en las elecciones locales); la otra, el propio Reino Unido (en las regionales escocesas). La irritante lentitud del recuento hace que todavía debamos esperar a mañana para tener todos los datos, pero ayer había ya uno definitivo, minúsculo y a la vez sísmico: los conservadores se han hecho con el distrito de Hartlepool. Quizás hay que ser un laborista inglés para entender la enormidad de este hecho. Hartlepool era la quintaesencia del laborismo, el bastión irreductible, un escaño seguro para la izquierda desde que existe como distrito electoral. Los tories de Boris Johnson no solo se lo han llevado, sino que lo han hecho a caballo de un incremento de su voto de un 16 %, el mayor en la moderna historia política del país. 

¿Qué ha ocurrido? En el caso concreto de Hartlepool puede haber un factor puramente local: el Gobierno conservador ha prometido un puerto en esa región; es decir, puestos de trabajo y desarrollo económico. También puede haber tenido mucho que ver el éxito de la campaña de vacunación puesta en marcha por Boris Johnson. Pero el temor de los laboristas, y muy particularmente de su nuevo líder, sir Keir Starmer, es que la explicación principal de la derrota en Hartlepool se encuentre a mayor profundidad. Da la impresión de que el votante tradicional laborista ha dejado de creer en el partido, al que no perdona haberse opuesto al brexit (votado masivamente en las áreas posindustriales del norte) y al que ve ahora como el partido de los jóvenes y las élites urbanas cuyas preocupaciones (las ideologías de la identidad) a ese votante tradicional le parecen individualistas y ajenas. 

Starmer ha estado intentando buscar un equilibrio entre estos bloques diferenciados de votantes, y al conocerse el desastre de Hartlepool, se apresuraba a interpretarlo como una llamada a «cambiar más todavía». Pero la pregunta es si esos bloques de votantes, más diferenciados, no serán en realidad incompatibles. Independientemente de cuál sea el resultado final en estas elecciones, la impresión general es que Starmer no logra recuperar a los votantes perdidos del blue labour (el laborismo tradicional), mientras que, al mismo tiempo, está perdiendo a los jóvenes de la izquierda identitaria, que se empiezan a ir al hasta ahora insignificante Partido Verde. Esto no tiene nada de sorprendente, puesto que se trata de un fenómeno común en toda Europa, con Alemania como ejemplo más señalado: el voto de la izquierda se divide entre los partidos socialistas tradicionales, cada vez más débiles por las fugas hacia la abstención, la derecha o incluso la extrema derecha, y los nuevos partidos que enarbolan las banderas del ecologismo y el identitarismo personal y agrupan el voto joven urbano de clase media. Si esta tesis es correcta, Hartlepool sería, por tanto, el primer jalón de un declive inevitable.