Lukashenko, el último soviético

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

Lukashenko, en el desfile del Día de la Victoria contra los nazis el pasado año
Lukashenko, en el desfile del Día de la Victoria contra los nazis el pasado año Vasily Fedosenko | Reuters

El único presidente de Bielorrusia desde 1994 forjó su carácter en un «koljós»

19 ago 2020 . Actualizado a las 08:56 h.

La noticia se repite desde hace décadas: Lukashenko, reelegido presidente de Bielorrusia con más del 70 % de los votos; la oposición se echa a la calle en Minsk contra lo que denuncia como fraude electoral y el jefe de Estado alerta de una posible invasión de tropas de la OTAN. Lo hemos vuelto a leer esta semana. Pero el guion es idéntico en los periódicos del 2001 y el 2006.

Alexánder Lukashenko (Kopys, 1954) es el único presidente que conoce Bielorrusia desde que se independizó de la Unión Soviética en 1990. Una paradoja más en la biografía de este nostálgico del estalinismo, que en 1991 votó en contra de la disolución de la URSS y también se opuso a que su país se separase de Moscú.

«El último dictador»

Este hijo de la guerra fría, que algunos apodan como «el último dictador de Europa», forjó su carácter como capataz de una granja colectiva soviética. Del koljós saltó al escaño de diputado, como miembro del Partido Comunista. Como parlamentario, se ganó el aplauso de las masas desde su puesto de presidente del comité anticorrupción. Otra curiosa contradicción de quien lleva en el poder desde 1994 arrasando en las urnas entre acusaciones de amaños y pucherazos por parte de la oposición y de los observadores internacionales.

Lukashenko ha sido un pionero en eso que ahora llamamos populismo. Ha mimado siempre el voto de los mayores, entre los que todavía hay morriña de la Unión Soviética, regando la industria pública y las granjas estatales con generosas subvenciones y aplastando cualquier tentativa que proceda de la iniciativa privada.

Peculiar relación con Putin

También ha marcado el camino a otros líderes de dudoso pedigrí democrático a la hora de moldear las leyes -incluida la Constitución- a su antojo. Ya en 1996 convocó un referendo para revisar la Carta Magna y reforzar sus poderes. Y, al igual que su alter ego, Vladimir Putin, en el 2004 volvió a organizar una consulta para eliminar del texto constitucional los artículos que le impedían presentarse a la reelección en el 2006. Ganó de nuevo.

Aunque estas últimas semanas han exhibido en público su cariño mutuo y son célebres sus apariciones conjuntas en Sochi ataviados con los uniformes de sus selecciones de hockey sobre hielo, las relaciones entre Putin y Lukashenko no siempre han sido del todo cordiales. Moscú tampoco se fía de Minsk, pero el Kremlin prefiere mantener en el poder a un hombre como Lukashenko, al fin y al cabo fiel al legado histórico de Rusia, que arriesgarse a que surja otro polvorín como sucedió en Ucrania.

De hecho, el gas y el petróleo que Moscú vende a Bielorrusia muy por debajo del precio de mercado es uno de los principales sostenes del régimen de Minsk, que ya presenta fisuras a causa de los problemas económicos generados por la autarquía y agravados por la pandemia.

Odio a Occidente

Sin olvidar el papel nada desdeñable de los amaños electorales denunciados reiteradamente por entidades internacionales como la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), la clave del éxito de Lukashenko reside en un discurso paternalista, directo y basado en dos únicas ideas: el odio a Occidente -el domingo insistió en que en la frontera bielorrusa «rechinan las orugas de los tanques de la OTAN»- y la evocación de la Unión Soviética.

Admirador confeso del estalinismo, su sueño nunca fue presidir un país cuya existencia como nación independiente ni siquiera deseaba. Su auténtica ambición, según detallan los analistas, era convertirse un día en algo parecido al antiguo líder supremo de la URSS. A principios de los noventa, confiaba en que la mala salud de Yeltsin le despejase el camino. Pero la desintegración de la Unión Soviética y la posterior entrada en escena del temible y eterno Vladimir Putin han fulminado sus planes.

Por ahora, tendrá que conformarse con sofocar las revueltas de una sociedad que ya muestra síntomas de estar hastiada de los desmanes del último soviético.

El mandatario moviliza tropas mientras acusa a la oposición de tratar de tomar el poder

El presidente de Bielorrusia, Alexánder Lukashenko, anunció ayer el despliegue de unidades de combate de las Fuerzas Armadas en la frontera occidental tras las declaraciones críticas de otros países sobre la crisis poselectoral, que según el mandatario evidencia un intento de la oposición por «tomar el poder» a toda costa. «Dicen: ‘somos pacíficos, somos buenos, no queremos ningún enfrentamiento’. Esto no es del todo cierto. Es una cortina de humo», afirmó.

El mandatario recriminó a la oposición, que denuncia fraude en las elecciones del 9 de agosto, que haya hecho un frente común y ha sugerido que podría actuar contra ellos «en cumplimiento de la Constitución». «Piden nada más y nada menos que les entregue el poder (...). Esto es un intento de tomar el poder, con todas las consecuencias que conlleva», advirtió, según la agencia de noticias oficial Belta. Lukashenko encabezó ayer una reunión del Consejo de Seguridad bielorruso para analizar la actual situación, «no solo dentro del país, sino también fuera», según recoge Europa Press.

Advertencia de Putin

Las advertencias llegaron además del presidente de Rusia, Vladimir Putin, que ayer en una conversación con su homólogo de Francia, Emmanuel Macron, le avisó de que interferir en la crisis bielorrusa y «presionar» al Gobierno sería «inaceptable». Un mensaje similar le trasladó en otra conversación a la canciller alemana, Angela Merkel.