El falso triunfalismo del Gobierno sobre lo bien preparado que estaba el Reino Unido para una epidemia -el ministro de Sanidad, Matt Hancock, celebró al final de enero en el Parlamento que en Oxford se había producido un test utilizado en China, pero solo el 1 de abril contactó con la asociación británica de laboratorios para extender los test diarios- se basaba también en la estimación del bajo riesgo que el coronavirus representaba para el país.
Quizás el primer ministro hubiese alterado la dinámica de los comités, pero Johnson no estaba. Desde mediados de enero, cuando científicos chinos advirtieron de la alta ratio de transmisión, voces en los dos centros principales de investigación de epidemias -Imperial College y la London School de Higiene y Medicina Tropical- pidieron que se elevara el nivel de alarma del Gobierno. Pero los asesores principales se resistieron. Tenían en mente una pandemia de gripe, como la que habían ensayado en Cygnus. Sin vacuna, harían frente con la inmunidad de grupo.