Bolsonaro no se manifestó porque el presidente prefiere enfangarse en otro tipo de ruido. Es fácil deducir lo que opina sobre el movimiento sindical tras acusar ayer al presidente de Correos (el general Juárez Aparecido) de comportarse «como un sindicalista» al defender que la empresa siga siendo pública, por lo que será despedido. Aún intentando apagar el fuego de los mensajes interceptados a su ministro de justicia, Sérgio Moro, Bolsonaro acumula en 6 meses de legislatura tantas protestas masivas en su contra como dimisiones en su equipo ministerial. La última, la del general Santos Cruz, que llevaba la cartera de la Secretaría de Gobernación. El exministro era objetivo de críticas del ala más ideológica del entorno del presidente, que convierte a los militares en moderados en comparación.
Bolsonaro prefirió hablar de otras cosas, como de Lula da Silva (tras ser atacado por él en una entrevista, dijo que el expresidente tenía la barriga llena de cachaça e insinuó que viajaba en el avión presidencial con una amante), o de la decisión del Tribunal Supremo de equiparar la homofobia con el racismo («Los empresarios no van a contratar homosexuales», concluyó). Quien sí debatió las pensiones fue su ministro de Economía, Paulo Guedes; «El Congreso se ha rendido al lobby de los funcionarios», atacó ante la insistencia de los parlamentarios en suavizar su reforma.