Ni con agua caliente

INTERNACIONAL

Theresa May
Theresa May María Pedreda

24 may 2019 . Actualizado a las 20:54 h.

El apellido de Theresa May, en inglés, significa mayo, así que es apropiado que su final vaya a llegar precisamente en junio. Contado así parece como una profecía, pero nada más lejos de la realidad. Hasta el último momento, la primera ministra británica se ha resistido con uñas y dientes a irse, en lo que puede que constituya el caso más clamoroso de aferrarse al poder que se recuerda en Gran Bretaña desde Ricardo III, que ya había perdido la batalla y todavía seguía pidiendo un caballo. Si algún día se traduce el Manual de resistencia, de Pedro Sánchez, al inglés y May lo lee, se partirá de risa. A ella le han dimitido hasta 36 ministros y altos cargos, ha sufrido dos vapuleos electorales y una moción de censura interna. Su plan para el brexit ha sido rechazado hasta tres veces en el Parlamento por cifras abochornantes que incluían a buena parte de su propia mayoría. Y aun así estaba dispuesta a presentarlo una cuarta vez. Ni con agua caliente. Hasta la dimisión en diferido de este viernes es un último gesto de desafío.

En realidad, May no tenía que haber sido nunca primera ministra. Si llegó, fue por las puñaladas que se dispensaron sus rivales en la lucha por el liderazgo, y porque el sistema vio en ella la última esperanza de amortiguar el brexit. May era una continuación del malhadado David Cameron, una remainer (partidaria de la permanencia de Gran Bretaña en la UE) a la que tocó hacer lo contrario de aquello en lo que creía. Esa contradicción insalvable intentó resolverla con una constante exaltación de la determinación y la insistencia, que al final se han traducido en simple tozudez. Incapaz de escuchar a nadie, su frialdad casi robótica conectaba mal con el electorado -en una ocasión, preguntada sobre la mayor travesura que había hecho en su vida, lo único que se le ocurrió fue que cuando era niña había corrido por un campo de trigo-. Para compensar esta imagen, intentó poner en pie una bienintencionada política social de «conservadurismo compasivo», pero el agujero negro del brexit se lo tragó todo. Su legado será otro: haber convertido el proceso de salida de la UE en un fárrago que casi hace saltar las costuras del sistema parlamentario más viejo del mundo y llevar al borde del abismo a su partido, que le ha parado los pies justo cuando se disponía a dar un gran paso adelante.

La mayor factura que deja May es cronológica. Con sus dilaciones y tácticas poco realistas ha consumido todo el tiempo que había para lograr un acuerdo que fuese aceptable para la UE y para Westminster. Y su lento mutis agrava la premura. Todo esto hace más probable justamente el resultado que May quería evitar: el de una salida de Gran Bretaña de la UE sin acuerdo. Pero la palabra probable no significa gran cosa ahora mismo en la política británica, en la que puede ocurrir cualquier cosa. May fue el producto de la desunión de los conservadores, y eso no se ha resuelto. Preparémonos para más dilaciones. En eso May representaba bien a su país: en que no se termina de ir.